domingo, 22 de octubre de 2017

El Color que cayó del Cielo


El color que cayó del cielo
H. P. Lovecraft



Al Oeste de Arkham las colinas se yerguen selváticas, y hay valles con profundos bosques en los cuales no ha resonado nunca el ruido de un hacha. Hay angostas y oscuras cañadas donde los árboles se inclinan fantásticamente, y donde discurren estrechos arroyuelos que nunca han captado el reflejo de la luz del sol. En las laderas menos agrestes hay casas de labor, antiguas y rocosas, con edificaciones cubiertas de musgo, rumiando eternamente en los misterios de la Nueva Inglaterra; pero todas ellas están ahora vacías, con las amplias chimeneas desmoronándose y las paredes pandeándose debajo de los techos a la holandesa.

Sus antiguos moradores se marcharon, y a los extranjeros no les gusta vivir allí. Los francocanadienses lo han intentado, los italianos lo han intentado, y los polacos llegaron y se marcharon. Y ello no es debido a nada que pueda ser oído, o visto, o tocado, sino a causa de algo puramente imaginario. El lugar no es bueno para la imaginación, y no aporta sueños tranquilizadores por la noche. Esto debe ser lo que mantiene a los extranjeros lejos del lugar, ya que el viejo Ammi Pierce no les ha contado nunca lo que él recuerda de los extraños días. Ammi, cuya cabeza ha estado un poco desequilibrada durante años, es el único que sigue allí, y el único que habla de los extraños días; y se atreve a hacerlo, porque su casa está muy próxima al campo abierto y a los caminos que rodean a Arkham.

En otra época había un camino sobre las colinas y a través de los valles, que corría en mi recta donde ahora hay un marchito erial1; pero la gente dejó de utilizarlo y se abrió un nuevo camino que daba un rodeo hacia el sur. Entre la selvatiquez del erial pueden encontrarse aún huellas del antiguo camino, a pesar de que la maleza lo ha invadido todo. Luego, los oscuros bosques se aclaran y el erial muere a orillas de unas aguas azules cuya superficie refleja el cielo y reluce al sol. Y los secretos de los extraños días se funden con los secretos de las profundidades; se funden con la oculta erudición del viejo océano, y con todo el misterio de la primitiva tierra.

Cuando llegué a las colinas y valles para acotar los terrenos destinados a la nueva alberca, me dijeron que el lugar estaba embrujado. Esto me dijeron en Arkham, y como se trata de un pueblo muy antiguo lleno de leyendas de brujas, pensé que lo de embrujado debía ser algo que las abuelas habían susurrado a los chiquillos a través de los siglos. El nombre de “marchito erial” me pareció muy raro y teatral, y me pregunté cómo habría llegado a formar parte de las tradiciones de un pueblo puritano. Luego vi con mis propios ojos aquellas cañadas y laderas, y ya no me extrañó que estuvieran rodeadas de una leyenda de misterio. Las vi por la mañana, pero a pesar de ello estaban sumidas en la sombra. Los árboles crecían demasiado juntos, y sus troncos eran demasiado grandes tratándose de árboles de Nueva Inglaterra. En las oscuras avenidas del bosque había demasiado silencio, y el suelo estaba demasiado blando con el húmedo musgo y los restos de infinitos años de descomposición.

En los espacios abiertos, principalmente a lo largo de la línea del antiguo camino, había pequeñas casas de labor; a veces, con todas sus edificaciones en pie, y a veces con sólo un par de ellas, y a veces con una solitaria chimenea o una derruida bodega. La maleza reinaba por todas partes, y seres furtivos susurraban en el subsuelo. Sobre todas las cosas pesaba una rara opresión; un toque grotesco de irrealidad, como si fallara algún elemento vital de perspectiva o de claroscuro. No me estuvo raro que los extranjeros no quisieran permanecer allí, ya que aquélla no era una región que invitara a dormir en ella. Su aspecto recordaba demasiado el de una región extraída de un cuento de terror.

Pero nada de lo que había visto podía compararse, en lo que a desolación respecta, con el marchito erial. Se encontraba en el fondo de un espacioso valle; ningún otro nombre hubiera podido aplicársele con más propiedad, ni ninguna otra cosa se adaptaba tan perfectamente a un nombre. Era como si un poeta hubiese acuñado la frase después de haber visto aquella región. Mientras la contemplaba, pensé que era la consecuencia de un incendio; pero, ¿por qué no había crecido nunca nada sobre aquellos cinco acres de gris desolación, que se extendía bajo el cielo como una gran mancha corroída por el ácido entre bosques y campos? Discurre en gran parte hacia el norte de la línea del antiguo camino, pero invade un poco el otro lado. Mientras me acercaba experimenté una extraña sensación de repugnancia, y sólo me decidí a hacerlo porque mi tarea me obligaba a ello. En aquella amplia extensión no había vegetación de ninguna clase; no había más que una capa de fino polvo o ceniza gris, que ningún viento parecía ser capaz de arrastrar. Los árboles más cercanos tenían un aspecto raquítico y enfermizo, y muchos de ellos aparecían agostados o con los troncos podridos. Mientras andaba apresuradamente vi a mi derecha los derruidos restos de una casa de labor, y la negra boca de un pozo abandonado cuyos estancados vapores adquirían un extraño matiz al ser bañados por la luz del sol. El desolado espectáculo hizo que no me maravillara ya de los asustados susurros de los moradores de Arkham. En los alrededores no había edificaciones ni ruinas de ninguna clase; incluso en los antiguos tiempos, el lugar dejó de ser solitario y apartado. Y a la hora del crepúsculo, temeroso de pasar de nuevo por aquel ominoso lugar, tomé el camino del sur, a pesar de que significaba dar un gran rodeo.

Por la noche interrogué a algunos habitantes de Arkham acerca del marchito erial, y pregunté qué significado tenía la frase “los extraños días” que había oído murmurar evasivamente. Sin embargo, no pude obtener ninguna respuesta concreta, y lo único que saqué en claro era que el misterio se remontaba a una fecha mucho más reciente de lo que había imaginado. No se trataba de una vieja leyenda, ni mucho menos, sino de algo que había ocurrido en vida de los que hablaban conmigo. Había sucedido en los años ochenta, y una familia desapareció o fue asesinada. Los detalles eran algo confusos; y como todos aquellos con quienes hablé me dijeron que no prestara crédito a las fantásticas historias del viejo Ammi Pierce, decidí ir a visitarlo a la mañana siguiente, después de enterarme de que vivía solo en una ruinosa casa que se alzaba en el lugar donde los árboles empiezan a espesarse. Era un lugar muy viejo, y había empezado a exudar el leve olor miásmico que se desprende de las casas que han permanecido en pie demasiado tiempo. Tuve que llamar insistentemente para que el anciano se levantara, y cuando se asomó tímidamente a la puerta me di cuenta de que no se alegraba de verme. No estaba tan débil como yo había esperado; sin embargo, sus ojos parecían desprovistos de vida, y sus andrajosas ropas y su barba blanca le daban un aspecto gastado y decaído.

No sabiendo cómo enfocar la conversación para que me hablara de sus “fantásticas historias”, fingí que me había llevado hasta allí la tarea a que estaba entregado; le hablé de ella al viejo Ammi, formulándole algunas vagas preguntas acerca del distrito. Ammi Pierce era un hombre más culto y más educado de lo que me habían dado a entender, y se mostró más comprensivo que cualquiera de los hombres con los cuales había hablado en Arkham. No era como otros rústicos que había conocido en las zonas donde iban a construirse las albercas. Ni protestó por las millas de antiguo bosque y de tierras de labor que iban a desaparecer bajo las aguas, aunque quizá su actitud hubiera sido distinta de no haber tenido su hogar fuera de los límites del futuro lago. Lo único que mostró fue alivio; alivio ante la idea de que los valles por los cuales había vagabundeado toda su vida iban a desaparecer. Estarían mejor debajo del agua…, mejor debajo del agua desde los extraños días. Y, al decir esto, su ronca voz se hizo más apagada, mientras su cuerpo se inclinaba hacia delante y el dedo índice de su mano derecha empezaba a señalar de un modo tembloroso e impresionante.

Fue entonces cuando oí la historia, y mientras la ronca voz avanzaba en su relato, en una especie de misterioso susurro, me estremecí una y otra vez a pesar de que estábamos en pleno verano. Tuve que interrumpir al narrador con frecuencia, para poner en claro puntos científicos que él sólo conocía a través de lo que había dicho un profesor, cuyas palabras repetía como un papagayo, aunque su memoria había empezado ya a flaquear; o para tender un puente entre dato y dato, cuando fallaba su sentido de la lógica y de la continuidad. Cuando hubo terminado, no me extrañó que su mente estuviera algo desequilibrada, ni que a la gente de Arkham no le gustara hablar del marchito erial. Me apresuré a regresar a mi hotel antes de la puesta del sol, ya que no quería tener las estrellas sobre mi cabeza encontrándome al aire libre. Al día siguiente regresé a Boston para dar mi informe. No podía ir de nuevo a aquel oscuro caos de antiguos bosques y laderas, ni enfrentarme otra vez con aquel gris erial donde el negro pozo abría sus fauces al lado de los derruidos restos de una casa de labor. La alberca iba a ser construida inmediatamente, y todos aquellos antiguos secretos quedarían enterrados para siempre bajo las profundas aguas. Pero creo que ni cuando esto sea una realidad, me gustará visitar aquella región por la noche…, al menos, no cuando brillan en el cielo las siniestras estrellas.

Todo empezó, dijo el viejo Ammi, con el meteorito. Antes no se habían oído leyendas de ninguna clase, e incluso en la remota época de las brujas aquellos bosques occidentales no fueron ni la mitad de temidos que la pequeña isla del Miskatonic, donde el diablo concedía audiencias al lado de un extraño altar de piedra, más antiguo que los indios. Aquéllos no eran bosques hechizados, y su fantástica oscuridad no fue nunca terrible hasta los extraños días. Luego había llegado aquella blanca nube meridional, se había producido aquella cadena de explosiones en el aire y aquella columna de humo en el valle. Y, por la noche, todo Arkham se había enterado de que una gran piedra había caído del cielo y se había incrustado en la tierra, junto al pozo de la casa de Nahum Gardner. La casa que se había alzado en el lugar que ahora ocupaba el marchito erial.

Nahum había ido al pueblo para contar lo de la piedra, y al pasar ante la casa de Ammi Pierce se lo había contado también. En aquella época Ammi tenía cuarenta años, y todos los extraños acontecimientos estaban profundamente grabados en su cerebro. Ammi y su esposa habían acompañado a los tres profesores de la Universidad de Miskatonic que se presentaron a la mañana siguiente para ver al fantástico visitante que procedía del desconocido espacio estelar, y habían preguntado cómo era que Nahum había dicho, el día antes, que era muy grande. Nahum, señalando la pardusca mole que estaba junto a su pozo, dijo que se había encogido. Pero los sabios replicaron que las piedras no se encogen. Su calor irradiaba persistentemente, y Nahum declaró que había brillado débilmente toda la noche. Los profesores golpearon la piedra con un martillo de geólogo y descubrieron que era sorprendentemente blanda. En realidad, era tan blanda como si fuera artificial, y arrancaron, más bien que escoplearon, una muestra para llevársela a la Universidad a fin de comprobar su naturaleza. Tuvieron que meterla en un cubo que le pidieron prestado a Nahum, ya que el pequeño fragmento no perdía calor. En su viaje de regreso se detuvieron a descansar en la casa de Ammi, y parecieron quedarse pensativos cuando la señora Pierce observó que el fragmento estaba haciéndose más pequeño y había empezado a quemar el fondo del cubo. Realmente no era muy grande, pero quizás habían cogido un trozo menor de lo que habían supuesto.

Al día siguiente -todo esto ocurría en el mes de junio de 1882-, los profesores se presentaron de nuevo, muy excitados. Al pasar por la casa de Ammi le contaron lo que había sucedido con la muestra, diciendo que había desaparecido por completo cuando la introdujeron en un recipiente de cristal. El recipiente también había desaparecido, y los profesores hablaron de la extraña afinidad de la piedra con el silicón. Había reaccionado de un modo increíble en aquel laboratorio perfectamente ordenado; sin sufrir ninguna modificación ni expeler ningún gas al ser calentada al carbón, mostrándose completamente negativa al ser tratada con bórax y revelándose absolutamente no volátil a cualquier temperatura, incluyendo la del soplete de oxihidrógeno. En el yunque apareció como muy maleable, y en la oscuridad su luminosidad era muy notable. Negándose obstinadamente a enfriarse, provocó una gran excitación entre los profesores; y cuando al ser calentada ante el espectroscopio mostró unas brillantes bandas distintas a las de cualquier color conocido del espectro normal, se habló de nuevos elementos, de raras propiedades ópticas, y de todas aquellas cosas que los intrigados hombres de ciencia suelen decir cuando se enfrentan con lo desconocido.

Caliente como estaba, fue comprobada en un crisol con todos los reactivos adecuados. El agua no hizo nada. Ni el ácido clorhídrico. El ácido nítrico e incluso el agua regia se limitaron a resbalar sobre su tórrida invulnerabilidad. Ammi se encontró con algunas dificultades para recordar todas aquellas cosas, pero reconoció algunos disolventes a medida que se los mencionaba en el habitual orden de utilización: amoniaco y sosa cáustica, alcohol y éter, bisulfito de carbono y una docena más; pero, a pesar de que el peso iba disminuyendo con el paso del tiempo, y de que el fragmento parecía enfriarse ligeramente, los disolventes no experimentaron ningún cambio que demostrara que habían atacado a la sustancia. Desde luego, se trataba de un metal. Era magnético, en grado extremo; y después de su inmersión en los disolventes ácidos parecían existir leves huellas de la presencia de hierro meteórico, de acuerdo con los datos de Widmanstalten. Cuando el enfriamiento era ya considerable colocaron el fragmento en un recipiente de cristal para continuar las pruebas Y a la mañana siguiente, fragmento y recipiente habían desaparecido sin dejar rastro, y únicamente una chamuscada señal en el estante de madera donde los habían dejado probaba que había estado realmente allí.

Esto fue lo que los profesores le contaron a Ammi mientras descansaban en su casa, y una vez más fue con ellos a ver el pétreo mensajero de las estrellas, aunque en esta ocasión su esposa no lo acompañó. Comprobaron que la piedra se había encogido realmente, y ni siquiera los más escépticos de los profesores pudieron dudar de lo que estaban viendo. Alrededor de la masa pardusca situada junto al pozo había un espacio vacío, un espacio que eran dos pies menos que el día anterior. Estaba aún caliente, y los sabios estudiaron su superficie con curiosidad mientras separaban otro fragmento mucho mayor que el que se habían llevado. Esta vez ahondaron más en la masa de piedra, y de este modo pudieron darse cuenta de que el núcleo central no era completamente homogéneo.

Habían dejado al descubierto lo que parecía ser la cara exterior de un glóbulo empotrado en la sustancia. El color, parecido al de las bandas del extraño espectro del meteoro, era casi imposible de describir; y sólo por analogía se atrevieron a llamarlo color. Su contextura era lustrosa, y parecía quebradiza y hueca. Uno de los profesores golpeó ligeramente el glóbulo con un martillo, y estalló con un leve chasquido. De su interior no salió nada, y el glóbulo se desvaneció como por arte de magia, dejando un espacio esférico de unas tres pulgadas de diámetro, Los profesores pensaron que era probable que encontraran otros glóbulos a medida que la sustancia envolvente se fuera fundiendo.

La conjetura era equivocada, ya que los investigadores no consiguieron encontrar otro glóbulo, a pesar de que taladraron la masa por diversos lugares. En consecuencia, decidieron llevarse la nueva muestra que habían recogido… y cuya conducta en el laboratorio fue tan desconcertante como la de su predecesora. Aparte de ser casi plástica, de tener calor, magnetismo y ligera luminosidad, de enfriarse levemente en poderosos ácidos, de perder peso y volumen en el aire y de atacar a los compuestos de silicón con el resultado de una mutua destrucción. La piedra no presentaba características de identificación; y al fin de las pruebas, los científicos de la Universidad se vieron obligados a reconocer que no podían clasificarla. No era nada de este planeta, sino un trozo del espacio exterior; y, como tal, estaba dotado de propiedades exteriores y desconocidas y obedecía a leyes exteriores y desconocidas.

Aquella noche hubo una tormenta, y cuando los profesores acudieron a casa de Nahum al día siguiente, se encontraron con una desagradable sorpresa. La piedra, magnética como era, debió poseer alguna peculiar propiedad eléctrica ya que había “atraído al rayo”, como dijo Nahum, con una singular persistencia. En el espacio de una hora el granjero vio cómo el rayo hería seis veces la masa que se encontraba junto al pozo, y al cesar la tormenta descubrió que la piedra había desaparecido. Los científicos, profundamente decepcionados, tras comprobar el hecho de la total desaparición, decidieron que lo único que podían hacer era regresar al laboratorio y continuar analizando el fragmento que se habían llevado el día anterior y que como medida de precaución hablan encerrado en una caja de plomo. El fragmento duró una semana transcurrida la cual no se había llegado a ningún resultado positivo. La piedra desapareció, sin dejar ningún residuo, y con el tiempo los profesores apenas creían que habían visto realmente aquel misterioso vestigio de los insondables abismos exteriores; aquel único, fantástico mensaje de otros universos y otros reinos de materia, energía y entidad.

Como era lógico, los periódicos de Arkham hablaron mucho del incidente y enviaron a sus reporteros a entrevistar a Nahum y a su familia. Un rotativo de Boston envío también un periodista, y Nahum se convirtió rápidamente en una especie de celebridad local. Era un hombre delgado, de unos cincuenta años, que vivía con su esposa y sus tres hijos del producto de lo que cultivaba en el valle. Él y Ammi se hacían frecuentes visitas, lo mismo que sus esposas; y Ammi sólo tenía frases de elogio para él después de todos aquellos años. Parecía estar orgulloso de la atención que había despertado el lugar, y en las semanas que siguieron a su aparición y desaparición habló con frecuencia del meteorito. Los meses de julio y agosto fueron cálidos; y Nahum trabajó de firme en sus campos, y las faenas agrícolas lo cansaron más de lo que lo habían cansado otros años, por lo que llegó a la conclusión de que los años habían empezado a pesarle.

Luego llegó la época de la recolección. Las peras v manzanas maduraban lentamente, y Nahum aseguraba que sus huertos tenían un aspecto más floreciente que nunca. La fruta crecía hasta alcanzar un tamaño fenomenal y un brillo musitado, y su abundancia era tal que Nahum tuvo que comprar unos cuantos barriles más a fin de poder embalar la futura cosecha. Pero con la maduración llegó una desagradable sorpresa, ya que toda aquella fruta de opulenta presencia resultó incomible. En vez del delicado sabor de las peras y manzanas, la fruta tenía un amargor insoportable. Lo mismo ocurrió con los melones y los tomates, y Nahum vio con tristeza cómo se perdía toda su cosecha. Buscando una explicación a aquel hecho, no tardó en declarar que el meteorito había envenenado el suelo, y dio gracias al cielo porque la mayor parte de las otras cosechas se encontraban en las tierras altas a lo largo del camino.

El invierno se presentó muy pronto y fue muy frío. Ammi veía a Nahum con menos frecuencia que de costumbre, y observó que empezaba a tener un aspecto preocupado. También el resto de la familia había asumido un aire taciturno; y fueron espaciando sus visitas a la iglesia y su asistencia a los diversos acontecimientos sociales de la comarca. No pudo encontrarse ningún motivo para aquella reserva o melancolía, aunque todos los habitantes de la casa daban muestras de cuando en cuando de un empeoramiento en su estado de salud física y mental. Esto se hizo más evidente cuando el propio Nahum declaró que estaba preocupado por ciertas huellas de pasos que había visto en la nieve. Se trataba de las habituales huellas invernales de las ardillas rojas, de los conejos blancos y de los zorros, pero el caviloso granjero afirmó que encontraba algo raro en la naturaleza y disposición de aquellas huellas. No fue más explícito, pero parecía creer que no era característica de la anatomía y las costumbres de ardillas y conejos y zorros. Ammi no hizo mucho caso de todo aquello hasta una noche que pasó por delante de la casa de Nahum en su trineo, en su camino de regreso de Clark’s Corners. En el cielo brillaba la luna, y un conejo cruzó corriendo el camino, y los saltos de aquel conejo eran más largos de lo que les hubiera gustado a Ammi y a su caballo. Este último, en realidad, se hubiera desbocado si su dueño no hubiera empuñado las riendas con mano firme. A partir de entonces, Ammi mostró un mayor respeto por las historias que contaba Nahum, y se preguntó por qué los perros de Gardner parecían estar tan asustados y temblorosos cada mariana. Incluso habían perdido el ánimo para ladrar.

En el mes de febrero los chicos de McGregor, de Meadow Hill, salieron a cazar marmotas, y no lejos de las tierras de Gardner capturaron un ejemplar muy especial. Las proporciones de su cuerpo parecían ligeramente alteradas de un modo muy raro, imposible de describir, en tanto que su rostro tenía una expresión que hasta entonces nadie había visto en el rostro de una marmota. Los chicos quedaron francamente asustados y tiraron inmediatamente el animal, de modo que por la comarca sólo circuló la grotesca historia que los mismos chicos contaron. Pero esto, unido a la historia del conejo que asustaba a los caballos en las inmediaciones de la casa de Nahum, dio pie a que empezara a tomar cuerpo una leyenda, susurrada en voz baja.

La gente aseguraba que la nieve se había fundido mucho más rápidamente en los alrededores de la casa de Nahum que en otras partes, y a principios de marzo se produjo una agitada discusión en la tienda de Potter, de Clark’s Corners. Stephen Rice había pasado por las tierras de Gardner a primera hora de la mañana y se había dado cuenta de que la hierba fétida empezaba a crecer en todo el fangoso suelo. Hasta entonces no se había visto hierba fétida de aquel tamaño, y su color era tan raro que no podía ser descrito con palabras. Sus formas eran monstruosas, y el caballo había relinchado lastimeramente ante la presencia de un hedor que hirió también desagradablemente el olfato de Stephen. Aquella misma tarde, varias personas fueron a ver con sus propios ojos aquella anomalía, y todas estuvieron de acuerdo en que las plantas de aquella clase no podían brotar en un mundo saludable. Se mencionaron de nuevo los frutos amargos del otoño anterior, y corrió de boca en boca que las tierras de Nahum estaban emponzoñadas. Desde luego, se trataba del meteorito; y recordando lo extraño que les había parecido a los hombres de la Universidad, varios granjeros hablaron del asunto con ellos.

Un día, hicieron una visita a Nahum; pero como se trataba de unos hombres que no prestaban crédito con facilidad a las leyendas, sus conclusiones fueron muy conservadoras. Las plantas eran raras, desde luego, pero toda la hierba fétida es más o menos rara en su forma y en su color. Quizás algún elemento mineral del meteorito había penetrado en la tierra, pero no tardaría en desaparecer. Y en cuanto a las huellas en la nieve y a los caballos asustados… se trataba únicamente de habladurías sin fundamento, que habían nacido a consecuencia de la caída del meteorito. Pero unos hombres serios no podían tener en cuenta las habladurías de los campesinos, ya que los supersticiosos labradores dicen y creen cualquier cosa. Ese fue el veredicto de los profesores acerca de los extraños días. Sólo uno de ellos, encargado de analizar dos redomas de polvo en el curso de una investigación policíaca, año y medio más tarde, recordó que el extraño color de la hierba fétida era muy parecido al de las insólitas bandas de luz que reveló el fragmento del meteoro en el espectroscopio de la Universidad, y al del glóbulo que encontraran en el interior de la piedra. En el análisis que el mencionado profesor llevó a cabo, las muestras revelaron al principio las mismas insólitas bandas, aunque más tarde perdieran la propiedad.

Los árboles florecieron prematuramente alrededor de la casa de Nahum, y por la noche se mecían ominosamente al viento. El segundo hijo de Nahum, Thaddeus, un muchacho de quince años, juraba que los árboles se mecían también cuando no hacía viento; pero ni siquiera los más charlatanes prestaron crédito a esto. Desde luego, en el ambiente había algo raro. Toda la familia Gardner desarrolló la costumbre de quedarse escuchando, aunque no esperaban oír ningún sonido al cual pudieran dar nombre. La escucha era en realidad resultado de momentos en que la conciencia parecía haberse desvanecido en ellos. Desgraciadamente, esos momentos eran más frecuentes a medida que pasaban las semanas, hasta que la gente empezó a murmurar que toda la familia Nahum estaba mal de la cabeza. Cuando salió la primera saxífraga2, su color era también muy extraño; no completamente igual al de la hierba fétida, pero indudablemente afín a él e igualmente desconocido para cualquiera que lo viera. Nahum cogió algunos capullos y se los llevó a Arkham para enseñarlos al editor de la Gazette, pero aquel dignatario se limitó a escribir un artículo humorístico acerca de ellos, ridiculizando los temores y las supersticiones de los campesinos. Fue un error de Nahum contarle a un estólido ciudadano la conducta que observaban las mariposas -también de gran tamaño- en relación con aquellas saxífragas.

Abril aportó una especie de locura a las gentes de la comarca y empezaron a dejar de utilizar el camino que pasaba por los terrenos de Nahum, hasta abandonarlo por completo. Era la vegetación. Los renuevos de los árboles tenían unos extraños colores, y a través del suelo de piedra del patio y en los prados contiguos crecían unas plantas que solamente un botánico podía relacionar con la flora de la región. Pero lo más raro de todo era el colorido, que no correspondía a ninguno de los matices que el ojo humano había visto hasta entonces. Plantas y arbustos se convirtieron en una siniestra amenaza, creciendo insolentemente en su cromática perversión. Ammi y los Gardner opinaron que los colores tenían para ellos una especie de inquietante familiaridad, y llegaron a la conclusión de que les recordaban el glóbulo que había sido descubierto dentro del meteoro. Nahum labró y sembró los diez acres de terreno que poseía en la parte alta, sin tocar los terrenos que rodeaban su casa. Sabía que sería trabajo perdido y tenía la esperanza de que aquellas extrañas hierbas que estaban creciendo arrancarían toda la ponzoña del suelo. Ahora estaba preparado para cualquier cosa, por inesperada que pudiera parecer, y se había acostumbrado a la sensación de que cerca de él había algo que esperaba ser oído. El ver que los vecinos no se acercaban por su casa le molestó, desde luego; pero afectó todavía más a su esposa. Los chicos no lo notaron tanto porque iban a la escuela todos los días; pero no pudieron evitar el enterarse de las habladurías, las cuales los asustaron un poco, especialmente a Thaddeus, que era un muchacho muy sensible.

En mayo llegaron los insectos y la hacienda de Gardner se convirtió en un lugar de pesadilla, lleno de zumbidos y de serpenteos. La mayoría de aquellos animales tenían un aspecto insólito y se movían de un modo muy raro, y sus costumbres nocturnas contradecían todas las anteriores experiencias. Los Gardner adquirieron el hábito de mantenerse vigilantes durante la noche. Miraban en todas direcciones en busca de algo…, aunque no podían decir de qué. Fue entonces cuando comprobaron que Thaddeus había estado en lo cierto al hablar de lo que ocurría con los árboles. La señora Gardner fue la primera en comprobarlo una noche que se encontraba en la ventana del cuarto contemplando la silueta de un arce que se recortaba contra un cielo iluminado por la luna. Las ramas del arce se estaban moviendo y no corría el menor soplo de viento. Cosa de la savia, seguramente. Las cosas más extrañas resultaban ahora normales. Sin embargo, el siguiente descubrimiento no fue obra de ningún miembro de la familia Gardner. Se habían familiarizado con lo anormal hasta el punto de no darse cuenta de muchos detalles. Y lo que ellos no fueron capaces de ver fue observado por un viajante de comercio de Boston, que pasó por allí una noche, ignorante de las leyendas que corrían por la región. Lo que contó en Arkham apareció en un breve artículo publicado por la Gazette; y aquel articulo fue lo que todos los granjeros, incluido Nahum, se echaron primero a los ojos. La noche había sido oscura, pero alrededor de una granja del valle -que todo el mundo supo que se trataba de la granja de Nahum- la oscuridad había sido menos intensa. Una leve aunque visible fosforescencia parecía surgir de toda la vegetación, y en un momento determinado un trozo de aquella fosforescencia se deslizó furtivamente por el patio que había cerca del granero.

Los pastos no parecían haber sufrido los efectos de aquella insólita situación, y las vacas pacían libremente cerca de la casa, pero hacia finales de mayo la leche empezó a ser mala. Entonces Nahum llevó a las vacas a pacer a las tierras altas y la leche volvió a ser buena. Poco después el cambio en la hierba y en las hojas, que hasta entonces se habían mantenido normalmente verdes, pudo apreciarse a simple vista. Todas las hortalizas adquirieron un color grisáceo y un aspecto quebradizo. Ammi era ahora la única persona que visitaba a los Gardner, y sus visitas fueron espaciándose más y más. Cuando cerraron la escuela, por ser época de vacaciones, los Gardner quedaron virtualmente aislados del mundo, y a veces encargaban a Ammi que les hiciera sus compras en el pueblo. Continuaban desmejorando física y mentalmente, y nadie quedó sorprendido cuando circuló la noticia de que la señora Gardner se había vuelto loca.

Esto ocurrió en junio, alrededor del aniversario de la caída del meteoro, y la pobre mujer empezó a gritar que veía cosas en el aire, cosas que no podía describir. En su desvarío no pronunciaba ningún nombre propio, sino solamente verbos y pronombres. Las cosas se movían, y cambiaban, y revoloteaban, y los oídos reaccionaban a impulsos que no eran del todo sonidos. Nahum no la envió al manicomio del condado, sino que dejó que vagabundeara por la casa mientras fuera inofensiva para sí misma y para los demás. Cuando su estado empeoró no hizo nada. Pero cuando los chicos empezaron a asustarse y Thaddeus casi se desmayó al ver la expresión del rostro de su madre al mirarlo, Nahum decidió encerrarla en el ático. En julio, la señora Gardner dejó de hablar y empezó a arrastrarse a cuatro patas, y antes de terminar el mes, Nahum se dio cuenta de que su esposa era ligeramente luminosa en la oscuridad, tal como ocurría con la vegetación de los alrededores de la casa.

Esto sucedió un poco antes de que los caballos se dieran a la fuga. Algo los había despertado durante la noche, y sus relinchos y su cocear habían sido algo terrible. A la mañana siguiente, cuando Nahum abrió la puerta del establo, los animales salieron disparados como alma que lleva el diablo. Nahum tardó una semana en localizar a los cuatro, y cuando los encontró se vio obligado a matarlos porque se habían vuelto locos y no había quién los manejara. Nahum le pidió prestado un caballo a Ammi para acarrear el heno, pero el animal no quiso acercarse al granero. Respingó, se encabritó y relinchó, y al final tuvieron que dejarlo en el patio, mientras los hombres arrastraban el carro hasta situarlo junto al granero. Entretanto, la vegetación iba tomándose gris y quebradiza. Incluso las flores, cuyos colores habían sido tan extraños, se volvían grises ahora, y la fruta era gris y enana e insípida. Las jarillas y el trébol dorado dieron flores grises y deformes, y las rosas, las rascamoños y las malvarrosas del patio delantero tenían un aspecto tan horrendo, que Zenas, el mayor de los hijos de Nahum, las cortó todas. Al mismo tiempo fueron muriéndose todos los insectos, incluso las abejas que habían abandonado sus colmenas.

En septiembre toda la vegetación se había desmenuzado, convirtiéndose en un polvillo grisáceo, y Nahum temió que los árboles murieran antes de que la ponzoña se hubiera desvanecido del suelo. Su esposa tenía ahora accesos de furia, durante los cuales profería unos gritos terribles, y Nahum y sus hijos vivían en un estado de perpetua tensión nerviosa. No se trataban ya con nadie, y cuando la escuela volvió a abrir sus puertas los chicos no acudieron a ella. Fue Ammi, en una de sus raras visitas, quien descubrió que el agua del pozo ya no era buena. Tenía un gusto endiablado, que no era exactamente fétido ni exactamente salobre, y Ammi aconsejó a su amigo que excavara otro pozo en las tierras altas para utilizarlo hasta que el suelo volviera a ser bueno. Sin embargo, Nahum no hizo el menor caso de aquel consejo, ya que había llegado a impermeabilizarse contra las cosas raras y desagradables. Él y sus hijos siguieron utilizando la teñida agua del pozo, bebiéndola con la misma indiferencia con que comían sus escasos y mal cocidos alimentos y conque realizaban sus improductivas y monótonas tareas a través de unos días sin objetivo. Había algo de estólida resignación en todos ellos, como si anduvieran en otro mundo entre hileras de anónimos guardianes hacia un lugar familiar y seguro.

Thaddeus se volvió loco en septiembre, después de una visita al pozo. Había ido allí con un cubo y había regresado con las manos vacías, encogiendo y agitando los brazos y murmurando algo acerca de “los colores movibles que había allí abajo”. Dos locos en una familia representaban un grave problema, pero Nahum se portó valientemente. Dejó que el muchacho se moviera a su antojo durante una semana, hasta que empezó a portarse peligrosamente, y entonces lo encerró en el ático, enfrente de la habitación ocupada por su madre. El modo como se gritaban el uno al otro desde detrás de sus cerradas puertas era algo terrible, especialmente para el pequeño Merwin, que imaginaba que su madre y su hermano hablaban en algún terrible lenguaje que no era de este mundo. Merwin se estaba convirtiendo en un chiquillo peligrosamente imaginativo, y su estado empeoró desde que encerraron al hermano que había sido su mejor compañero de juegos.

Casi al mismo tiempo empezó la mortalidad entre el ganado. Las aves de corral adquirieron un color gris y murieron rápidamente. Los cerdos engordaron desordenadamente y luego empezaron a experimentar repugnantes cambios que nadie podía explicar. Su carne era desaprovechable, desde luego, y Nahum no sabía qué pensar ni qué hacer. Ningún veterinario rural quiso acercarse a su casa, y el veterinario de Arkham quedó francamente desconcertado. La cosa resultaba tanto más inexplicable por cuanto aquellos animales no habían sido alimentados con la vegetación emponzoñada. Luego les llegó el turno a las vacas. Ciertas zonas, y a veces el cuerpo entero, aparecieron anormalmente hinchadas o comprimidas, y aquellos síntomas fueron seguidos de atroces colapsos o desintegraciones. En las últimas fases -que terminaban siempre con la muerte- adquirían un color grisáceo y un aspecto quebradizo, tal como había ocurrido con los cerdos. En el caso de las vacas no podía hablarse de veneno, ya que estaban encerradas en mi establo. Ninguna mordedura de un animal salvaje podía haber inoculado el virus, ya que no hay ningún animal terrestre que pueda pasar a través de obstáculos sólidos. Debía tratarse de una enfermedad natural…, aunque resultaba imposible conjeturar qué clase de enfermedad producía aquellos terribles resultados. En la época de la cosecha no quedaba ningún animal vivo en la casa, ya que el ganado y las aves de corral habían muerto y los perros habían huido. Los perros, en número de tres, habían desaparecido una noche y no volvieron a aparecer. Los cinco gatos se habían marchado un poco antes, pero su desaparición apenas fue notada, ya que en la casa no había ahora ratones y únicamente la señora Gardner sentía cierto afecto por los graciosos felinos.

El 19 de octubre Nahum se presentó en casa de Ammi con espantosas noticias. La muerte había sorprendido al pobre Thaddeus en su habitación del ático, y lo habla sorprendido de un modo que no podía ser contado. Nahum había excavado una tumba en la parte trasera de la granja y había metido allí lo que encontró en la habitación. En la habitación no podía haber entrado nadie, ya que la pequeña ventana enrejada y la cerradura de la puerta estaban intactas; pero lo sucedido tenía muchos puntos de contacto con lo ocurrido en el establo. Ammi y su esposa consolaron al atribulado granjero lo mejor que pudieron, aunque no consiguieron evitar un estremecimiento. El horror parecía rondar alrededor de los Gardner y de todo lo que tocaban, y la sola presencia de uno de ellos en la casa era como un soplo de regiones innominadas e innominables. Ammi acompañó a Nahum a su hogar de muy mala gana e hizo lo que pudo para calmar los histéricos sollozos del pequeño Merwin. Zenas no necesitaba ser calmado. Se encontraba en un estado de completo atontamiento y se limitaba a mirar fijamente un punto indeterminado del espacio y a obedecer lo que su padre le ordenaba. Y Ammi pensó que ese estado de abulia era lo mejor que podía ocurrirle. De cuando en cuando los gritos de Merwin eran contestados desde el ático, y en respuesta a una mirada interrogadora Nahum dijo que su esposa estaba muy débil. Cuando se acercaba la noche, Ammi se las arregló para marcharse, ya que ningún sentimiento de amistad podía hacerle permanecer en aquel lugar cuando la vegetación empezaba a brillar débilmente y los árboles podían o no moverse sin que soplara el viento. Era una verdadera suerte para Ammi el hecho de que no fuese una persona imaginativa. De haberlo sido, de haber podido relacionar y reflexionar sobre todos los portentos que lo rodeaban, no cabe duda de que hubiese perdido la chaveta. A la hora del crepúsculo regresó apresuradamente a su casa, sintiendo resonar terriblemente en sus oídos los gritos de la loca y del pequeño Merwin.

Tres días más tarde Nahum se presentó en casa de Ammi muy de mañana, y en ausencia de su huésped le contó a la señora Pierce una horrible historia que ella escuchó temblando de miedo. Esta vez se trataba del pequeño Merwin. Había desaparecido. Había salido de la casa cuando ya era de noche con un farol y un cubo para traer agua, y no había regresado. Hacía días que su estado no era normal y se asustaba de todo. El padre oyó un frenético grito en el patio, pero cuando abrió la puerta y se asomó el muchacho había desaparecido. No se veía ni rastro de él, y en ninguna parte brillaba el farol que se había llevado. En aquel momento, Nahum creyó que el farol y el cubo habían desaparecido también; pero al hacerse de día, y al regreso de su búsqueda de toda la noche por campos y bosques, Nahum había descubierto unas cosas muy raras cerca del pozo: una retorcida y semifundida masa de hierro, que había sido indudablemente el farol; y junto a ella un asa doblada junto a otra masa de hierro, asimismo retorcida y semifundida, que correspondía al cubo. Eso fue todo. Nahum imaginaba lo inimaginable. La señora Pierce estaba como atontada, y Ammi, cuando llegó a casa y oyó la historia, no pudo dar ninguna opinión. Merwin había desaparecido y sería inútil decírselo a la gente que vivía en aquellos alrededores y que huían de los Gardner como de la peste. Tan inútil como decírselo a los ciudadanos de Arkham que se reían de todo. Thad había desaparecido, y ahora había desaparecido Merwin. Algo estaba arrastrándose y arrastrándose, esperando ser visto y oído. Nahum no tardaría en morirse, y deseaba que Ammi velara por su esposa y por Zenas, si es que lo sobrevivían. Todo aquello era un castigo de alguna clase, aunque Nahum no podía adivinar a qué se debía, ya que siempre había vivido en el santo temor de Dios.

Durante más de dos semanas, Ammi no tuvo ninguna noticia de Nahum; y entonces, preocupado por lo que pudiera haber ocurrido, dominó sus temores y efectuó una visita a la casa de los Gardner. De la chimenea no salía humo y por unos instantes el visitante temió lo peor. El aspecto de la granja era impresionante: hierba y hojas grisáceas en el suelo, parras cayéndose a pedazos de arcaicas paredes y aleros, y enormes árboles desnudos silueteándose malignamente contra el gris cielo de noviembre. Ammi no pudo dejar de notar que se habla producido un sutil cambio en la inclinación de las ramas. Pero Nahum estaba vivo, después de todo. Estaba muy débil y reposaba en un catre en la cocina de techo bajo, pero conservaba la lucidez y seguía dando órdenes a Zenas. La estancia estaba mortalmente fría; y al ver que Ammi se estremecía, Nahum le gritó a Zenas que trajera más leña. La leña, en realidad, era muy necesaria, ya que el cavernoso hogar estaba apagado y vacío, y el viento que se filtraba chimenea abajo era helado. De pronto, Nahum le preguntó si la leña que había traído su hijo lo hacía sentirse más cómodo, y entonces Ammi se dio cuenta de lo que había ocurrido. Finalmente, la mente del granjero había dejado de resistir a la intensa presión de los acontecimientos.

Interrogando discretamente a su vecino, Ammi no consiguió poner en claro lo que le había sucedido a Zenas. “En el pozo… vive en el pozo…”, fue todo lo que su padre dijo.

Luego el visitante recordó súbitamente a la esposa loca y cambió de tema. “¿Nabby? Está aquí, desde luego…”, fue la sorprendida respuesta del pobre Nahum, y Ammi no tardó en darse cuenta de que tendría que investigar por sí mismo. Dejando al inofensivo granjero en su catre, cogió las llaves que estaban colgadas detrás de la puerta y subió los chirriantes escalones que conducían al ático. La parte alta de la casa estaba completamente silenciosa y no se oía el menor ruido en ninguna dirección. De las cuatro puertas a la vista, sólo una estaba cerrada, y en ella probó Ammi varias llaves del manojo que había cogido. A la tercera tentativa la cerradura giró, y Ammi empujó la puerta pintada de blanco.

El interior de la habitación estaba completamente a oscuras, ya que la ventana era muy pequeña y estaba medio tapada por las rejas de hierro; y Ammi no pudo ver absolutamente nada. El aire estaba muy viciado, y antes de seguir adelante tuvo que entrar en otra habitación y llenarse los pulmones de aire respirable. Cuando volvió a entrar vio algo oscuro en un rincón, y al acercarse no pudo evitar un grito de espanto. Mientras gritaba creyó que una nube momentánea había tapado la escasa claridad que penetraba por la ventana, y un segundo después se sintió rozado por una espantosa corriente de vapor. Unos extraños colores danzaron ante sus ojos; y si el horror que experimentaba en aquellos momentos no le hubiera impedido coordinar sus ideas hubiera recordado el glóbulo que el martillo de geólogo había aplastado en el interior del meteorito, y la malsana vegetación que habla crecido durante la primavera. Pero, en el estado en que se hallaba, sólo pudo pensar en la horrible monstruosidad que tenía enfrente, y que sin duda alguna había compartido la desconocida suerte del joven Thaddeus y del ganado. Pero lo más terrible de todo era que aquel horror se movía lenta y visiblemente mientras continuaba desmenuzándose.

Ammi no me dio más detalles de aquella escena, pero la forma del rincón no reapareció en su relato como un objeto movible. Hay cosas que no pueden ser mencionadas, y lo que se hace por humanidad es a veces cruelmente juzgado por la ley. Comprendí que en aquella habitación del ático no quedó nada que se moviera, y que no dejar allí nada capaz de moverse debió de ser algo horripilante y capaz de acarrear un tormento eterno. Cualquiera, no tratándose de un estólido granjero, se hubiera desmayado o enloquecido, pero Ammi volvió a cruzar el umbral de la puerta pintada de blanco y encerró el espantoso secreto detrás de él. Ahora debía ocuparse de Nahum; éste tenía que ser alimentado y atendido, y trasladado a algún lugar donde pudieran cuidarlo.

Cuando empezaba a bajar la oscura escalera, Ammi oyó un estrépito debajo de él. Incluso le pareció haber oído un grito, y recordó nerviosamente la corriente de vapor que lo había rozado mientras se hallaba en la habitación del ático. Oprimido por un vago temor, oyó más ruidos debajo suyo. Indudablemente estaban arrastrando algo pesado, y al mismo tiempo se oía un sonido todavía más desagradable, como el que produciría una fuerte succión. Sintiendo aumentar su terror, pensó en lo que había visto en el ático. ¡Santo cielo! ¿En qué fantástico mundo de pesadilla había penetrado? No se atrevió a avanzar ni a retroceder, y permaneció inmóvil, temblando, en la negra curva del rellano de la escalera. Cada detalle de la escena estallaba de nuevo en su cerebro.

De repente se oyó un frenético relincho proferido por el caballo de Ammi, seguido inmediatamente por un ruido de cascos que hablaba de una precipitada fuga. Al cabo de un instante, caballo y calesa estaban fuera del alcance del oído, dejando al asustado Ammi, inmóvil en la oscura escalera, la tarea de conjeturar qué podía haberlos impulsado a desaparecer tan repentinamente. Pero aquello no fue todo. Se produjo otro ruido fuera de la casa. Una especie de chapoteo en el agua…, debió de haber sido en el pozo. Ammi había dejado a Hero desatado cerca del pozo, y algún animalito debió meterse entre sus patas, asustándolo, y dejándose caer después en el pozo. Y la casa seguía brillando con una pálida fosforescencia. ¡Dios mío! ¡Qué antigua era la casa! La mayor parte de ella edificada antes de 1670, y el tejado holandés más tarde de 1730.

En aquel momento se oyó el ruido de algo que se arrastraba por el suelo de la planta baja, y Ammi aferró con fuerza el palo que había cogido en el ático sin ningún propósito determinado. Procurando dominar sus nervios, terminó su descenso y se dirigió a la cocina. Pero no llegó a ella, ya que lo que buscaba no estaba ya allí. Había salido a su encuentro, y hasta cierto punto estaba aún vivo. Si se había arrastrado o si había sido arrastrado por fuerzas externas, es cosa que Ammi no hubiera podido decir; pero la muerte había tomado parte en ello. Todo había ocurrido durante la última media hora, pero el proceso de desintegración estaba ya muy avanzado. Había allí una horrible fragilidad, debida a lo quebradizo de la materia, y del cuerpo se desprendían fragmentos secos. Ammi no pudo tocarlo, limitándose a contemplar horrorizado la retorcida caricatura de lo que había sido un rostro. “¿Qué ha pasado, Nahum…, qué ha pasado?”, susurró, y los agrietados y tumefactos labios apenas pudieron murmurar una respuesta final.

“Nada…, nada…; el color… quema…; frío y húmedo, pero quema…; vive en el pozo…, lo he visto…, una especie de humo… igual que las flores de la pasada primavera…; el pozo brilla por la noche… Se llevó a Thad, y a Merwin, y a Zenas…, todas las cosas vivas…; sorbe la vida de todas las cosas…; en aquella piedra tuvo que llegar en aquella piedra…; la aplastaron…; era el mismo color…, el mismo, como las flores y las plantas…; tiene que haber más…; crecieron…, lo he visto esta semana…; tuvo que darle fuerte a Zenas…; era un chico fuerte, lleno de vida…; le golpea a uno la mente y luego se apodera de él…; quema mucho…; en el agua del pozo…; no pueden sacarlo de allí…, ahogarlo… Se ha llevado también a Zenas…; tenías razón…; el agua está embrujada… ¿Cómo está Nabby, Ammi?… Mi cabeza no funciona…; no sé cuánto hace que no le he subido comida…; la cosa la atacó también a ella…; el color…; su rostro tiene el mismo color por las noches…, y el color quema y sorbe; procede de algún lugar donde las cosas no son como aquí…; uno de los profesores lo dijo…; tenía razón, mira, Ammi, está sorbiendo más…, sorbiendo la vida…”

Pero eso fue todo. La cosa que había hablado no podía hablar más porque se había encogido completamente. Ammi lo cubrió con un mantel a cuadros blancos y rojos y salió de la casa por la puerta trasera. Trepó por la ladera que conducía a las tierras altas y regresó a su hogar por el camino del Norte y los bosques. No pudo pasar junto al pozo desde el cual había huido su caballo. Miró hacia el pozo a través de una ventana y recordó el chapoteo que había oído…, el chapoteo de algo que se había sumergido en el pozo después de lo que había hecho con el desdichado Nahum…

Cuando Ammi llegó a su casa se encontró con que el caballo y la calesa lo habían precedido; su esposa lo aguardaba llena de ansiedad. Después de tranquilizarla, sin darle ninguna explicación, se dirigió a Arkham y notificó a las autoridades que la familia Gardner ya no existía. No entró en detalles, limitándose a hablar de las muertes de Nahum y de Nabby; la de Thaddeus era ya conocida, y dijo que la causa de la muerte parecía ser la misma extraña dolencia que había atacado al ganado. También dijo que Merwin y Zenas habían desaparecido. En la jefatura de policía lo interrogaron ampliamente, y al final se vio obligado a acompañar a tres agentes a la granja de Gardner, juntamente con el fiscal, el médico forense y el veterinario que había atendido a los animales enfermos. Ammi fue con ellos de muy mala gana, ya que la tarde estaba muy avanzada y temía que la noche lo cogiera en aquel lugar maldito, aunque era un consuelo saber que iba a estar acompañado de tantos hombres.

Los seis hombres montaron en un carro, siguiendo a la calesa de Ammi, y llegaron a la granja alrededor de las cuatro. A pesar de que los agentes estaban acostumbrados a presenciar espectáculos horripilantes, todos se estremecieron a la vista de lo que fue encontrado debajo del mantel a cuadros rojos y blancos, y en la habitación del ático. El aspecto de la granja, con su desolación gris, era ya bastante terrible, pero aquellos dos retorcidos objetos sobrepasaban toda medida de horror. Nadie pudo contemplarlos más allá de un par de segundos, e incluso el médico forense admitió que allí había muy poco que examinar. Podían analizarse unas muestras, desde luego, de modo que él mismo se encargó de agenciárselas…, y al parecer aquellas muestras provocaron el más inextricable rompecabezas con que se enfrentara nunca el laboratorio de la Universidad. Bajo el espectroscopio, las muestras revelaron un espectro desconocido, muchas de cuyas bandas eran iguales que las que había revelado el extraño meteoro al ser analizado. La propiedad de emitir aquel espectro se desvaneció en un mes, y el polvo consistía principalmente en fosfatos y carbonatos alcalinos.

Ammi no les hubiera hablado del pozo de haber sabido que iban a actuar inmediatamente. Se acercaba la puesta de sol y estaba ansioso por marcharse de allí. Pero no pudo evitar el dirigir miradas nerviosas al pozo, cosa que fue observada por uno de los policías, el cual lo interrogó. Ammi admitió que Nahum había temido a algo que estaba escondido en el pozo… hasta el punto de que no se había atrevido a comprobar si Merwin o Zenas se habían caído dentro. La policía decidió vaciar el pozo y explorarlo inmediatamente, de modo que Ammi tuvo que esperar, temblando, mientras el pozo era vaciado cubo a cubo. El agua hedía de un modo insoportable, y los hombres tuvieron que taparse las narices con sus pañuelos para poder terminar la tarea. Menos mal que el trabajo no fue tan largo como habían creído, ya que el nivel del agua era sorprendentemente bajo. No es necesario hablar con demasiados detalles de lo que encontraron. Merwin y Zenas estaban allí los dos, aunque sus restos eran principalmente esqueléticos. Había también un pequeño cordero y un perro grande en el mismo estado de descomposición, aproximadamente, y cierta cantidad de huesos de animales más pequeños. El limo del fondo parecía inexplicablemente poroso y burbujeante, y un hombre que bajó atado a una cuerda y provisto de una larga pértiga se encontró con que podía hundir la pértiga en el fango en toda su longitud sin encontrar ningún obstáculo.

La noche se estaba echando encima y entraron en la casa en busca de faroles. Luego, cuando vieron que no podían sacar nada más del pozo, volvieron a entrar en la casa y conferenciaron en la antigua sala de estar mientras la intermitente claridad de una espectral media luna iluminaba a intervalos la gris desolación del exterior. Los hombres estaban francamente perplejos ante aquel caso y no podían encontrar ningún elemento convincente que relacionara las extrañas condiciones de los vegetales, la desconocida enfermedad del ganado y de las personas, y las inexplicables muertes de Merwin y Zenas en el pozo. Habían oído los comentarios y las habladurías de la gente, desde luego; pero no podían creer que hubiese ocurrido algo contrario a las leyes naturales. Era evidente que el meteoro había emponzoñado el suelo pero la enfermedad de personas y animales que no habían comido nada crecido en aquel suelo era harina de otro costal. ¿Se trataba del agua del pozo? Posiblemente. No sería mala idea analizarla. Pero ¿por qué singular locura se habían arrojado los dos muchachos al pozo? Habían actuado de un modo muy similar… y sus restos demostraban que los dos habían padecido a causa de la muerte quebradiza y gris. ¿Por qué todas las cosas se volvían grises y quebradizas?

El fiscal, sentado junto a una ventana que daba al patio, fue el primero en darse cuenta de la fosforescencia que había alrededor del pozo. La noche había caído del todo, y los terrenos que rodeaban la granja parecían brillar débilmente con una luminosidad que no era la de los rayos de la luna; pero aquella nueva fosforescencia era algo definido y distinto, y parecía surgir del negro agujero como la claridad apagada de un faro, reflejándose amortiguadamente en las pequeñas charcas que el agua vaciada del pozo había formado en el suelo. La fosforescencia tenía un color muy raro, y mientras todos los hombres se acercaban a la ventana para contemplar el fenómeno, Ammi lanzó una violenta exclamación. El color de aquella fantasmal fosforescencia le resultaba familiar. Lo había visto antes, y se sintió lleno de temor ante lo que podía significar. Lo había visto en aquel horrendo glóbulo quebradizo hacía dos veranos, lo había visto en la vegetación durante la primavera, y había creído verlo por un instante aquella misma mañana contra la pequeña ventana enrejada de la horrible habitación del ático donde habían ocurrido cosas que no tenían explicación. Había brillado allí por espacio de un segundo, y una espantosa corriente de vapor lo había rozado…, y luego el pobre Nahum habla sido arrastrado por algo de aquel color. Nahum lo había dicho al final…, había dicho que era como el glóbulo y las plantas. Después se había producido la fuga en el patio y el chapoteo en el pozo…, y ahora aquel pozo estaba proyectando a la noche un pálido e insidioso reflejo del mismo diabólico color.

Una prueba fehaciente de la viveza mental de Ammi es que en aquel momento de suprema tensión se sintió intrigado por algo que era fundamentalmente científico. Se preguntó cómo era posible recibir la misma impresión de una corriente de vapor deslizándose en pleno día por una ventana abierta al cielo matinal, y de una fosforescencia nocturna proyectándose contra el negro y desolado paisaje. No era lógico…, resultaba antinatural… Y entonces recordó las últimas palabras pronunciadas por su desdichado amigo: “Procede de algún lugar donde las cosas no son como aquí…, uno de los profesores lo dijo…”

Los tres caballos que se encontraban en el exterior de la casa, atados a unos árboles junto al camino, estaban ahora relinchando y coceando frenéticamente. El conductor del carro se dirigió hacia la puerta para ver qué sucedía, pero Ammi apoyó una mano en su hombro.

-No salga usted -susurró-. No sabemos lo que sucede ahí afuera. Nahum dijo que en el pozo vivía algo que sorbía la vida. Dijo que era algo que había surgido de una bola redonda como la que vimos dentro del meteorito que cayó aquí hace más de un año. Dijo que quemaba y sorbía, y que era una nube de color como la fosforescencia que ahora sale del pozo, y que nadie puede saber lo que es. Nahum creía que se alimentaba de todo lo viviente y afirmó que lo había visto la pasada semana. Tiene que ser algo caído del cielo, igual que el meteorito, tal como dijeron los profesores de la Universidad. Su forma y sus actos no tienen nada que ver con el mundo de Dios. Es algo que procede del más allá.

De modo que el hombre se detuvo, indeciso, mientras la fosforescencia que salía del pozo se hacía más intensa y los caballos coceaban y relinchaban con creciente frenesí. Fue realmente un espantoso momento; con los restos monstruosos de cuatro personas -dos en la misma casa y dos en el pozo-, y aquella desconocida iridiscencia que surgía de las fangosas profundidades. Ammi había cerrado el paso al conductor del carro llevado por un repentino impulso, olvidando que a él mismo no le había sucedido nada después de ser rozado por aquella horrible columna de vapor en la habitación del ático, pero no se arrepentía de haberlo hecho. Nadie podía saber lo que había aquella noche en el exterior; nadie podía conocer la índole de los peligros que podían acechar a un hombre enfrentado con una amenaza completamente desconocida.

De repente, uno de los policías que estaba en la ventana profirió una exclamación. Los demás se le quedaron mirando, y luego siguieron la dirección de los ojos de su compañero. No había necesidad de palabras. Lo que había de discutible en las habladurías de los campesinos ya no podría ser discutido en adelante porque allí había seis testigos de excepción, media docena de hombres que, por la índole de sus profesiones, no creían más que lo que veían con sus propios ojos. Ante todo es necesario dejar sentado que a aquella hora de la noche no soplaba ningún viento. Poco después empezó a soplar, pero en aquel momento el aire estaba completamente inmóvil. Y, sin embargo, en medio de aquella tensa y absoluta calma, los árboles del patio estaban moviéndose. Se movían morbosa y espasmódicamente, agitando sus desnudas ramas, en convulsivas y epilépticas sacudidas, hacia las nubes bañadas por la luz de la luna; arañando con impotencia el aire inmóvil, como empujados por una misteriosa fuerza subterránea que ascendiera desde debajo de las negras raíces.

Por espacio de unos segundos todos los hombres reunidos en la granja de Gardner contuvieron el aliento. Luego, una nube más oscura que las demás veló la luna, y la silueta de las agitadas ramas se disipó momentáneamente. En aquel instante un grito de espanto se escapó de todas las gargantas, ya que el horror no se había desvanecido con la silueta, y en un pavoroso momento de oscuridad más profunda los hombres vieron retorcerse en la copa del más alto de los árboles un millar de diminutos puntos fosforescentes, brillando como el fuego de San Telmo o como las lenguas de fuego que descendieron sobre las cabezas de los Apóstoles el día de Pentecostés. Era una monstruosa constelación de luces sobrenaturales, como un enjambre de luciérnagas necrófagas bailando una infernal zarabanda sobre una ciénaga maldita; y su color era el mismo que Ammi había llegado a reconocer y a temer. Entretanto, la fosforescencia del pozo se hacía cada vez más brillante, infundiendo en los hombres reunidos en la granja una sensación de anormalidad que anulaba cualquier imagen que sus mentes conscientes pudieran formar. Ya no brillaba: estaba vertiéndose hacia afuera. Y mientras la informe corriente de indescriptible color abandonaba el pozo, parecía flotar directamente hacia el cielo.

El veterinario se estremeció y se acercó a la puerta para echar la doble barra. Ammi estaba también muy impresionado y tuvo que limitarse a señalar con la mano, por falta de voz, cuando quiso llamar la atención de los demás sobre la creciente luminosidad de los árboles. Los relinchos de los caballos se habían convertido en algo espantoso, pero ni uno solo de aquellos hombres se hubiese aventurado a salir por nada del mundo. El brillo de los árboles fue en aumento, mientras sus inquietas ramas parecían extenderse más y más hacia la verticalidad. De pronto se produjo una intensa conmoción en el camino, y cuando Ammi alzó la lámpara para que proyectara un poco más de claridad al exterior, comprobaron que los frenéticos caballos habían roto sus ataduras y huían enloquecidos con el carro.

La impresión sirvió para soltar varias lenguas y se intercambiaron inquietos susurros.

-Se extiende sobre todas las cosas orgánicas que hay por aquí -murmuró el médico forense.

Nadie contestó, pero el hombre que había bajado al pozo aventuró la opinión de que su pértiga debió de haber removido algo intangible.

-Fue algo terrible -añadió-. No había fondo de ninguna clase. Únicamente fango, y burbujas, y la sensación de algo oculto debajo…

El caballo de Ammi seguía coceando y relinchando desesperadamente en el camino exterior y casi ahogó el débil sonido de la voz de su dueño mientras éste murmuraba sus deshilvanadas reflexiones.

-Salió de aquella piedra…, fue creciendo y alimentándose de todas las cosas vivas…; se alimentaba de ellas, alma y cuerpo… Thad y Merwin, Zenas y Nabby… Nahum fue el último… Todos bebieron agua del… Se apoderó de ellos… Llegó del más allá, donde las cosas no son como aquí…, y ahora regresa al lugar de donde procede…

En aquel momento, mientras la columna de desconocido color brillaba con repentina intensidad y empezaba a entrelazase, con fantásticas sugerencias de forma que cada uno de los espectadores describió más tarde de un modo distinto, el desdichado Hello profirió un aullido que ningún hombre había oído nunca salir de la garganta de un caballo. Todos los que estaban en la casa se taparon los oídos, y Ammi se apartó de la ventana horrorizado. Cuando miró de nuevo hacia el exterior, el pobre animal yacía inerte en el suelo bañado por la luz de la luna entre las astilladas varas de la calesa. Y allí se quedó hasta que lo enterraron al día siguiente. Pero el momento presente no permitía entregarse a lamentaciones, ya que casi en el mismo instante uno de los policías les llamó silenciosamente la atención sobre algo terrible que estaba sucediendo en el interior de la habitación donde se encontraban. Donde no alcanzaba la claridad de la lámpara podía verse una débil fosforescencia que había empezado a invadir toda la estancia. Brillaba en el suelo de tablas y en la raída alfombra, y resplandecía débilmente en los marcos de las pequeñas ventanas. Corría de un lado para otro, llenando puertas y muebles. A cada momento se hacía más intensa, y al final se hizo evidente que las cosas vivientes debían abandonar enseguida aquella casa.

Ammi les mostró la puerta trasera y el camino que conducía a las tierras altas. Avanzaron con paso inseguro, como sonámbulos, y no se atrevieron a mirar atrás hasta que llegaron al camino del Norte. Ninguno de ellos hubiera osado pasar por el camino que discurría junto al pozo… Cuando miraron atrás, hacia el valle y la distante granja de Gardner, contemplaron un horrible espectáculo. Toda la granja brillaba con el espantoso y desconocido color; árboles, edificaciones e incluso la hierba que no había sido transformada aún en quebradiza y gris. Las ramas estaban todas extendidas hacia el cielo, coronadas con lenguas de fuego, y radiantes goterones del mismo monstruoso fuego ardían encima de la casa, del granero y de los cobertizos. Era una escena de una visión de Fusell, y sobre todo el resto reinaba aquella borrachera de luminoso amorfismo, aquel extraño arco iris de misterioso veneno del pozo…, hirviendo, saltando, centelleando y burbujeando malignamente en su cósmico e irreconocible cromatismo.

Luego, súbitamente, la horrible cosa salió disparada verticalmente hacia el cielo, como un cohete o un meteoro, sin dejar ningún rastro detrás de ella y desapareciendo a través de un redondo y curiosamente simétrico agujero abierto en las nubes, antes de que ninguno de los hombres pudiera expresar su asombro. Ningún espectador podría olvidar nunca aquel espectáculo, y Ammi se quedó mirando estúpidamente el camino que habla seguido el color hasta mezclarse con las estrellas de la Vía Láctea. Pero su mirada fue atraída inmediatamente hacia la tierra por el estrépito que acababa de producirse en el valle. Había sido un estrépito, y no una explosión, como afirmaron algunos de los componentes del grupo. Pero el resultado fue el mismo, ya que en un caleidoscópico instante la granja y sus alrededores parecieron estallar, enviando hacia el cenit una nube de coloreados y fantásticos fragmentos. Los fragmentos se desvanecieron en el aire, dejando una nube de vapor que al cabo de un segundo se había desvanecido también. Los asombrados espectadores decidieron que no valía la pena esperar a que volviera a salir la luna para comprobar los efectos de aquel cataclismo en la granja de Nahum.

Demasiado asustados incluso para aventurar alguna teoría, los siete hombres regresaron a Arkham por el camino del Norte. Ammi estaba peor que sus compañeros y les suplicó que lo acompañaran hasta su casa en vez de dirigirse directamente al pueblo. Por nada del mundo hubiera cruzado el bosque solo a aquella hora de la noche. Estaba más asustado que los demás porque había sufrido una impresión que los otros se habían ahorrado, y se sentía oprimido por un temor que por espacio de muchos años no se atrevió a mencionar. Mientras el resto de los espectadores en aquella tempestuosa colina había vuelto estólidamente sus rostros al camino, Ammi había mirado hacia atrás por un instante para contemplar el sombrío valle de desolación al que tantas veces había acudido. Y había visto algo que se alzaba débilmente para hundirse de nuevo en el lugar desde el cual el informe horror había salido disparado hacia el cielo. Era solamente un color…, aunque no era ningún color de nuestra tierra ni de los cielos. Y porque Ammi reconoció aquel color, y supo que sus últimos y débiles restos debían seguir ocultos en el pozo, nunca ha estado completamente cuerdo desde entonces.

Ammi no se acercaría a aquel lugar por nada del mundo. Hace cuarenta y cuatro años que sucedieron los hechos que acabo de narrar, pero Ammi no ha vuelto a pisar aquellas tierras y le alegra saber que pronto quedarán enterradas debajo de las aguas. También a mí me alegra la idea, ya que no me gustó nada ver cómo cambiaba de color la luz del sol al reflejarse en aquel abandonado pozo. Espero que el agua será siempre muy profunda, pero aunque así sea nunca la beberé. No creo que regrese a la región de Arkham. Tres de los hombres que habían estado con Ammi volvieron al día siguiente para ver las ruinas a la luz del día, pero en realidad no había ruinas. Únicamente los ladrillos de la chimenea, las piedras de la bodega, algunos restos minerales y metálicos, y el brocal de aquel nefando pozo. A excepción del caballo de Ammi, que enterraron aquella misma mañana, y de la calesa, que no tardaron en devolver a su dueño, todas las cosas que habían tenido vida habían desaparecido. Sólo quedaban cinco acres de desierto polvoriento y grisáceo, y desde entonces no ha crecido en aquellos terrenos ni una brizna de hierba. En la actualidad aparece como una gran mancha comida por el ácido en medio de los bosques y campos, y los pocos que se han atrevido a acercarse por allí a pesar de las leyendas campesinas le han dado el nombre de “erial maldito”.

Las leyendas campesinas son muy extrañas. Y podrían ser incluso más extrañas si los hombres de la ciudad y los químicos universitarios tuvieran el interés suficiente para analizar el agua de aquel pozo olvidado, o el polvo gris que ningún viento parece dispersar. Los botánicos podrían estudiar también la sorprendente flora que crece en los límites de aquellos terrenos, ya que de este modo podrían confirmar o refutar lo que dice la gente: que la zona emponzoñada está extendiéndose poco a poco, quizás una pulgada al año… La gente dice que el color de la hierba que crece en aquellos alrededores no es el que le corresponde y que los animales salvajes dejan extrañas huellas en la nieve cuando llega el invierno. La nieve no parece cuajar tanto en el erial maldito como en otros lugares. Los caballos -los pocos que quedan en esta época motorizada- se ponen nerviosos en el silencioso valle; y los cazadores no pueden acercarse con sus perros a las inmediaciones del erial maldito.

Dicen también que las influencias mentales son muy malas, y que todos los que han tratado de establecerse allí, extranjeros en su inmensa mayoría, han tenido que marcharse acosados por extrañas fantasías y sueños. Ningún viajero ha dejado de experimentar una sensación de extrañeza en aquellas profundas hondonadas, y los artistas tiemblan mientras pintan unos bosques cuyo misterio es tanto de la mente como de la vista. Y yo mismo estoy sorprendido de la sensación que me produjo mi único paseo solitario por aquellos lugares antes de que Ammi me contara su historia.

No me pregunten mi opinión. No sé: esto es todo. La única persona que podía ser interrogada acerca de los extraños días es Ammi, ya que la gente de Arkham no quiere hablar de este asunto, y los tres profesores que vieron el meteorito y su coloreado glóbulo están muertos. ¿Había otros glóbulos? Probablemente. Uno de ellos consiguió alimentarse y escapar, en tanto que otro no había podido alimentarse suficientemente y continuaba en el pozo… Los campesinos dicen que la zona emponzoñada se ensancha una pulgada cada año, de modo que tal vez existe algún tipo de crecimiento o de alimentación incluso ahora. Pero, sea lo que sea lo que haya allí, tiene que verse trabado por algo, ya que de no ser así se extendería rápidamente. ¿Está atado a las raíces de aquellos árboles que arañan el aire?

Lo que es, sólo Dios lo sabe. En términos de materia, supongo que la cosa que Ammi describió puede ser llamada un gas, pero aquel gas obedecía a unas leyes que no son de nuestro cosmos. No era fruto de los planetas y soles que brillan en los telescopios y en las placas fotográficas de nuestros observatorios. No era ningún soplo de los cielos cuyos movimientos y dimensiones miden nuestros astrónomos o consideran demasiado vastos para ser medidos. No era más que un color surgido del espacio…, un pavoroso mensajero de unos reinos del infinito situados más allá de la Naturaleza que nosotros conocemos; de unos reinos cuya simple existencia aturde el cerebro con las inmensas posibilidades extracósmicas que ofrece a nuestra imaginación.

Dudo mucho de que Ammi me mintiera de un modo consciente, y no creo que su historia sea el relato de una mente desquiciada, como supone la gente de la ciudad. Algo terrible llegó a las colinas y valles con aquel meteoro, y algo terrible -aunque ignoro en qué medida- sigue estando allí. Me alegra pensar que todos aquellos terrenos quedarán inundados por las aguas. Entretanto, espero que no le suceda nada a Ammi. Vio tanto de la cosa…, y su influencia era tan insidiosa… ¿Por qué no ha sido capaz de marcharse a vivir a otra parte? Ammi es un anciano muy simpático y muy buena persona, y cuando la brigada de trabajadores empiece su tarea tengo que escribir al ingeniero jefe para que no lo pierda de vista. Me disgustaría recordarlo como una gris, retorcida y quebradiza monstruosidad de las que turban cada día más mi sueño.

FIN

1. Erial: Dícese de la tierra o campo sin cultivar ni labrar. Sinónimos: yermo, páramo, tierra sin cultivar.
2. Saxífraga: Planta herbácea que crece entre las piedras, utilizada como ornamental.

jueves, 29 de junio de 2017

En Los Muros de Eryx Parte II H. P. Lovecraft


En los Muros de Eryx
Parte II

Habiendo tomado de nuevo el pasadizo por el que había llegado, comencé a regresar a la entrada de la estructura. Las subsiguientes exploraciones podrían esperar al próximo día. Tanteando mi camino lo mejor que pude a través del corredor, con solo una dirección general, mis recuerdos y un vago reconocimiento de algunos de los pocos definidos grupos de matorrales de la llanura como guías, pronto me encontré de nuevo cerca del cadáver. Ahora había una o dos moscas farnoth volando sobre el rostro cubierto por el casco, y supe que comenzaba a descomponerse. Con una fútil repugnancia instintiva alcé mi mano para alejar la vanguardia de los carroñeros... cuando se manifestó una cosa extraña y asombrosa. Una pared invisible que detuvo el movimiento de mi mano me demostró que, a pesar de lo cuidadoso de mi intento de desandar el camino, no había regresado al corredor en el que yacía el cadáver. En cambio, me hallaba en un corredor paralelo pues sin duda había dado alguna vuelta equivocada en los intrincados pasadizos de allá atrás. Esperando encontrar una puerta que diera a la cámara de entrada algo más hacia adelante, continué mi avance, pero de pronto llegué a una pared que cerraba el paso. Así que tenía que regresar a la cámara central e iniciar de nuevo mi camino. No podía saber exactamente dónde me había equivocado. Miré el suelo para ver si por algún milagro habían quedado huellas que me pudiesen guiar, pero en seguida me di cuenta de que el fluido barro solo mantenía dichas huellas durante escasos momentos. No tuve mucha dificultad en encontrar de nuevo mi camino al centro, y una vez allí reflexioné cuidadosamente sobre el camino correcto hacia el exterior. Antes me había ido demasiado hacia la derecha. Esta vez tenía que tomar una desviación mas a la izquierda en alguna parte... aunque el sitio exacto era algo que tendría que decidir por el camino.

Mientras tanteaba de nuevo mi camino, me sentía bastante confiado en que fuera el correcto, y me fui hacia la izquierda en una bifurcación que estaba seguro de recordar. La espiral continuaba y tuve buen cuidado en no perderme por ningún pasadizo que intersectase el que seguía. Sin embargo pronto vi, muy disgustado, que estaba pasando a considerable distancia del cadáver; evidentemente aquel pasadizo llegaba a la pared exterior en un punto mucho más allá del sitio donde se encontraba. En la esperanza de que existiese otra salida en la mitad del muro que aún no había explorado, seguí hacia adelante varios pasos más, pero al fin me encontré de nuevo con una barrera sólida. Resultaba claro que la disposición del edificio era mucho más complicada de lo que había supuesto. Entonces dudé entre regresar de nuevo al centro o intentar seguir alguno de los corredores laterales que se dirigían hacia el cadáver. Si elegía aquella segunda alternativa, corría el riesgo de romper el hilo mental que me indicaba dónde me hallaba; por lo que era mejor que no lo intentase a menos de que pudiera pensar en alguna forma de dejar una huella visible tras de mí. El cómo dejar tal huella era un verdadero problema, y hurgué en mi mente buscando una solución. No parecía llevar nada encima que pudiera dejar una señal en algo, ni ningún material que pudiera desparramar, o dividir en pequeños trozos para ir sembrando a mi paso.

Mi pluma no tenía efecto alguno sobre la pared invisible, y no podía dejar un rastro de mis preciosas tabletas alimenticias. Aunque hubiera estado dispuesto a desprenderme de ellas, no hubiera habido bastantes... y además las pequeñas tabletas se hubieran hundido instantáneamente en el barro, desapareciendo. Busqué en mis bolsillos tratando de hallar algún anticuado bloc de notas, que a menudo se usa de una forma no oficial en Venus a pesar de lo rápidamente que se pudre el papel en la atmósfera del planeta, ya que podría haber roto y sembrado sus páginas, pero no pude encontrar ninguno. Obviamente resultaba imposible romper el delgado pero resistente metal del papiro de notas, ni tampoco mi vestimenta me ofrecía ninguna posibilidad. En la peculiar atmósfera de Venus no podía arriesgarme a desprenderme de mi uniforme de cuero, y se había eliminado toda prenda interior a causa del clima. Traté de manchar con barro las lisas paredes invisibles tras de escurrirlo para dejarlo lo más seco posible, pero me encontré con que se deslizaba hasta el suelo tan rápidamente como los puñados que había usado para averiguar la altura. Finalmente saqué mi machete y traté de hacer una raya en la fantasmagórica superficie... algo que pudiese reconocer con la mano, aunque no ofreciese la ventaja de ser visible desde lejos. No obstante resultó inútil, pues la hoja no causaba la menor impresión en el asombroso material desconocido.

Frustrado en todas mis tentativas de marcar un camino, de nuevo busqué la cámara central con mis recuerdos. Parecía mucho más fácil regresar a aquella habitación que seguir un camino definido y predeterminado que lo alejase a uno de ella, y tuve pocas dificultades en encontrarla de nuevo. Esta vez fui anotando en mi papiro cada giro que daba, dibujando un burdo diagrama hipotético de mi ruta, y señalando todos los corredores divergentes. Naturalmente era un trabajo enloquecedoramente lento, dado que todo tenía que ser determinado por el tacto, y las posibilidades de error eran infinitas; pero creía que a la larga me sería de utilidad. Cuando llegué a la sala central ya estaba avanzado el largo crepúsculo de Venus, pero aún tenía esperanzas de llegar al exterior antes de que oscureciese totalmente. Comparando mi diagrama recién hecho con mis recuerdos previos, creía haber localizado mi primer error, así que de nuevo partí confiado a lo largo del corredor invisible. Me fui más hacia la izquierda aún que en los anteriores intentos, y traté de señalar mis giros en el papiro por si estaba aún equivocado. En la creciente oscuridad podía ver la débil silueta del cadáver, ahora en el centro de una repugnante nube de moscas farnoth. No me cabía duda de que no pasaría mucho tiempo antes de que los sificlighs, que viven en el barro, se acercasen babeando desde la llanura para completar el nauseabundo festín.

Acercándome al cadáver con cierta reluctancia, estaba preparándome a pasar junto a él, cuando una repentina colisión con una pared me demostró que, de nuevo, había equivocado el camino. Ahora me daba cuenta, claramente, de que esta perdido. Lo inextricable del edificio hacía imposible el hallar una solución rápida, y probablemente tendría que hacer un cuidadoso estudio antes de poder esperar salir de él. Sin embargo, aún me sentía ansioso por llegar a un terreno seco antes de que cayera la oscuridad; así que regresé una vez más al centro y comencé una serie desordenada de pruebas coronadas siempre por el fracaso, tomando notas a la luz de mi lámpara eléctrica. Cuando usé este artefacto me fijé con interés en que no producía reflejos, ni el mínimo resplandor, en las paredes transparentes que me rodeaban. No obstante, ya estaba preparado para esto, ya que en ningún momento el sol había producido un destello en el extraño material. Estaba aún tanteando cuando la oscuridad se hizo total. Una densa niebla ocultaba la mayor parte de las estrellas y los planetas, pero la Tierra era claramente visible como un brillante punto verdeazulado hacia el sudeste. Acababa de pasar el punto de oposición, y ahora seria una visión maravillosa de contemplar por un telescopio. Hasta pedía divisar la Luna junto a ella cuando los vapores se hacían momentáneamente menos densos. Ahora era totalmente imposible ver el cadáver, mi único punto de referencia, así que regresé a la cámara central tras algunos giros en falso. Después de todo, tendría que abandonar la esperanza de dormir sobre terreno seco. No podía hacer nada hasta que saliese el sol, y, tal como estaban las cosas, lo mejor sería descansar allí mismo. El acostarse en el barro no sería agradable, pero con mi traje de cuero resultaba factible. En anteriores expediciones había dormido bajo condiciones aún peores, y ahora la misma exhausción me ayudaría a superar mi repugnancia.

Así que aquí estoy, acuclillado en el barro de la sala central y tomando estas notas en mi papiro a la luz de la lámpara eléctrica. Hay algo casi humorístico en mi extraña e inusitada desdicha. Perdido en un edificio sin puertas... ¡un edificio que no puedo ver! Sin duda saldré de él a primera hora de la mañana, y llegaré a Terra Nova con el cristal a última hora de la tarde. Ciertamente es una verdadera belleza... con un sorprendente lustre aún a la débil luz de esta lámpara. Acabo de sacarlo para examinar. A pesar de mi fatiga, el sueño tarda en llegarme, así que sigo escribiendo. Pero debo terminar ahora. No hay muchas posibilidades de que sea molestado por aquellos malditos nativos en este lugar. Lo que menos me gusta es el cadáver... pero, afortunadamente, mi máscara de oxígeno me evita los peores efectos de la podredumbre. Estoy usando los cubos de clorato con mucho tiento. Ahora tomaré un par de tabletas alimenticias y me echaré a dormir. Luego proseguiré.

LUEGO - VI, 13 POR LA TARDE
Ha habido más problemas de los que me imaginaba. Aún sigo en el edificio y tendré que trabajar rápida y cuidadosamente si es que quiero dormir esta noche en terreno seco. Pasó mucho tiempo antes de que lograra dormirme, y no desperté hasta que era casi el mediodía. Tal como estaban las cosas, hubiera dormido aún más si no hubiera sido por el resplandor del sol a través de la niebla. El cadáver constituía una visión repugnante, cubierto de sifíclighs, y con una nube de moscas farnoth a su alrededor. Algo había apartado el casco del rostro, y más valía no mirar lo que había quedado al descubierto. Me sentía doblemente satisfecho por mi máscara de oxígeno, cuando pensaba en la situación. Al fin me alcé y me sacudí el barro, tome un par de tabletas de alimento y coloqué un nuevo cubo de clorato de potasio en el electrolizador de la máscara. Estoy usando esos cubos con parsimonia, pero me gustaría tener una mayor cantidad. Me siento mucho mejor después de haber dormido, y espero salir del edificio dentro de poco. Consultando las notas y dibujos que había hecho, me sentí impresionado por la complejidad de los pasadizos, y por la posibilidad de que hubiera cometido un error fundamental. De las seis aberturas que había en el espacio central, había elegido una determinada tomándola por aquella por la que había entrado usando como guía una línea de visión. Cuando estaba justamente en el interior de la abertura, el cadáver situado a cincuenta metros de distancia se hallaba exactamente alineado con un lepidodendro especial del lejano bosque. Ahora se me ocurrió que este dato podía no ser lo bastante fiable, pues la distancia del cadáver hacía que la diferencia de dirección, con relación al horizonte, fuera relativamente Poca cuando lo miraba desde las aberturas inmediatamente contiguas a la elegida. Además, el árbol no se diferenciaba tanto como hubiera sido de desear de los otros lepidodendros del horizonte.

Efectuando una prueba, me di cuenta, desalentadoramente, de que no podía estar seguro de cuál de las tres aberturas era la correcta. Esta vez estaría seguro. Me di cuenta de que a pesar de que resultaba imposible marcar mi camino, había un señalizador que sí me era posible dejar. Aunque no podía quitarme el traje, podía, a causa de mi espesa mata de cabello, prescindir del caso; y este era lo bastante grande y poco pesado como para permanecer visible sobre el fluido barro. Por consiguiente me quité el objeto, que era prácticamente hemisférico, y lo dejé a la entrada de uno de los corredores: el situado más a la derecha de los tres que debía probar. Seguiría aquel corredor suponiendo que era el correcto repitiendo lo que creía recordar eran los giros exactos, y tomando y consultando constantemente notas. Si no lograba salir, iría eliminando sistemáticamente todas las posibles variaciones; y si esas fallaban, pasaría a cubrir las avenidas que se extendiesen desde la siguiente abertura, de la misma manera; continuando hasta la tercera si ello resultaba necesario. Más pronto o más tarde tendría que dar con el camino correcto a la salida, pero debía mostrarme paciente. Aún en el peor de los casos, era casi imposible que no lograse salir al exterior a tiempo para dormir sobre terreno seco. Los resultados inmediatos fueron bastante desalentadores, aunque me ayudaron a eliminar la abertura de la derecha en poco menos de una hora. Solo una sucesión de callejones sin salida, cada uno de los cuales terminaba a una mayor distancia del cadáver, parecían surgir de aquella abertura; y muy pronto me di cuenta de que no había estado incluida en mis correteos de la tarde anterior. Sin embargo, como antes, siempre encontré relativamente fácil el tantear mi camino de regreso a la cámara central.

Alrededor de la una del mediodía pasé el casco que me servía de señal a la siguiente abertura y comencé a explorar los pasadizos que se abrían tras ella. Al principio creí reconocer los giros, pero pronto me hallé en un grupo de corredores totalmente desconocidos. No podía llegar cerca del cadáver, y esta vez también parecía tener el camino a la cámara central cortado, aunque pensaba haber anotado cada movimiento que había hecho. Debía de haber giros engañosos e intersecciones demasiado sutiles para que lograse reflejarlas en mis burdos diagramas, y comencé a notar una sensación que era parte ira y parte descorazonamiento. Aunque naturalmente con paciencia al fin lograría salir de allí, me di cuenta de que mí búsqueda tendría que ser minuciosa, incansable y extensa. Las dos de la tarde me encontraron aún errando por extraños corredores, palpando constantemente mi camino y mirando alternativamente a mi casco y al cadáver, mientras anotaba datos en el papiro con decreciente confianza. Maldije la estupidez y la curiosidad que me habían atraído a aquel embrollo de paredes invisibles, y reflexioné que si no me hubiera preocupado de aquella cosa y hubiera regresado tan pronto como hube tomado el cristal del cadáver, ahora estaría a salvo en Terra Nova. De pronto se me ocurrió que quizá pudiera abrir un túnel bajo las paredes invisibles con mi machete, y así lograr salir al exterior o a algún corredor que llevase allí. No tenía forma de saber la profundidad de los cimientos del edificio, pero el omnipresente barro era un argumento a favor de la ausencia de cualquier otro suelo que no fuera el mismo terreno. Poniéndome de cara al lejano y cada vez más horrible cadáver, comencé a cavar febrilmente con la ancha y afilada hoja.

Había unos quince centímetros de barro semilíquido, bajo el cual la densidad del suelo se incrementaba muchísimo. Este terreno profundo parecía ser de un color distinto, una arcilla grisosa bastante parecida a la que se hallaba cerca del polo norte de Venus. Mientras continuaba profundizando cerca de la barrera invisible vi que el terreno se estaba haciendo más y más duro. El barro acuoso penetraba en la excavación con la misma rapidez con que yo sacaba la arcilla, pero metía las manos en él y seguía trabajando. Si lograba abrirme un paso bajo la pared, el barro no iba a impedir que me metiese por él. Aún así, a unos noventa centímetros de profundidad la dureza del suelo frenó considerablemente mi excavación. Su resistencia era muy superior a cualquier otra conque me hubiese encontrado antes, aún en este planeta, e iba unida a un peso anormal. Mi machete tenía que astillar y cortar la apretada arcilla, y los fragmentos que sacaba eran como piedras sólidas o trozos de metal. Finalmente hasta este sistema de excavación se hizo imposible, y tuve que cesar mi trabajo sin haber alcanzado el borde inferior de la pared. El intento que había durado una hora larga había sido fútil y dañino, pues había usado una buena parte de mi energía y me obligó a tomar una tableta extra de alimento y a colocar un cubo adicional de clorato en la máscara de oxígeno. También me obligó a cesar en mis exploraciones, pues aún sigo demasiado cansado para caminar. Tras limpiar mis manos y brazos de barro, lo mejor que pude, me senté a escribir estas notas, apoyándome contra la pared invisible y dando la espalda al cadáver. Ese cadáver es ahora, simplemente, una estremecida masa de bichos: el olor ha comenzado a atraer algunos de los viscosos akmans de la lejana jungla. Y me fijo en que muchas de las hierbas efjeh están extendiendo tentáculos necrófagos hacia el cuerpo; pero dudo que ninguno de ellos sea lo bastante largo como para alcanzarlo. Me gustaría que algunos animales realmente carnívoros como los skorah apareciesen, pues quizá captasen mi olor y penetrasen en el edificio en mi búsqueda. Los animales esos tienen un extraño sentido de la orientación. Podría contemplarlos mientras venían, e ir anotando su ruta aproximada si es que no lo hacían en línea continua. Eso me sería de una gran ayuda. Y cuando llegasen ante mí la pistola me libraría de ellos.

Pero no puedo esperar una cosa así. Ahora que he terminado estas notas, descansaré un poco más, y luego tantearé de nuevo. Tan pronto como regrese a la cámara central, lo que debería ser fácil, probaré con la abertura de la izquierda. Quizá pueda salir antes de la noche después de todo.

VI, 13 POR LA NOCHE
Nuevos problemas. Mi escapatoria será tremendamente difícil, pues hay elementos que no habla sospechado. Otra noche en el barro y una lucha ante mí mañana. Descansé muy poco rato y me alcé y tanteé de nuevo hacia las cuatro. Unos quince minutos después llegué a la cámara central y moví mi casco para marcar la última de las tres posibles aberturas. Partiendo de ella, me pareció que el camino me era más familiar, pero al cabo de cinco minutos me detuve en seco ante la vista de algo que me estremeció más de lo que pueda describir. Era un grupo de cuatro o cinco de esos detestables hombres-lagarto que salían del bosque a lo lejos en la llanura. No podía verlos claramente a aquella distancia, pero me pareció que hacían una pausa y se volvían hacia los árboles para gesticular, tras lo que se les unió una docena más. El grupo incrementado comenzó entonces a avanzar directamente hacia el edificio invisible, y mientras se aproximaban los estudié cuidadosamente. Nunca habla visto de cerca a uno de aquellos seres, si no era entre las humeantes sombras de la jungla. El parecido con los reptiles era perceptible, aunque sabía que solo era aparente, ya que esos seres no tienen punto de contacto con la vida terrestre. Cuando se acercaron más me parecieron menos reptiloides: únicamente la cabeza plana y la verdosa y viscosa piel, parecida a la de una rana, daban la idea de ello. Caminaban erectos sobre sus extrañas y gruesas patas, y sus discos de succión producían unos curiosos sonidos en el barro. Eran especímenes normales, de unos dos metros diez de alto, con cuatro largos y delgados tentáculos pectorales. Los movimientos de esos tentáculos, si es que las teorías de Fogg, Ekberg y Janat son correctas, lo que yo antes dudaba pero ahora ya estoy más dispuesto a creer, indicaban que aquellos seres estaban conversando animadamente. Saqué mi pistola lanzallamas y me preparé para una dura lucha. No tenía demasiadas posibilidades, pero el arma me daba una cierta ventaja. Si las cosas aquellas conocían el edificio, entrarían a por mí y de aquella manera me darían la clave de cómo salir tal como los skorahs hubieran hecho. El que me iban a atacar me parecía seguro; pues aunque no podían ver el cristal en mi bolsa, podían adivinar su presencia mediante aquel sentido especial que poseían.

Pero, sorprendentemente, no me atacaron. En lugar de ello se dispersaron y formaron un amplio círculo a mi alrededor... a una distancia que indicaba que se estaban apoyando contra el muro invisible. Allí de pie, formando un anillo, los seres se quedaron mirándome silenciosa e inquisitivamente, moviendo sus tentáculos y a veces haciendo gestos con sus cabezas o sus patas superiores. Al cabo de un rato vi que otros salían del bosque, y avanzaban hasta unirse a la multitud curiosa. Los más cercanos al cadáver lo miraron brevemente, pero no intentaron tocarlo. Era una visión horrible, pero a los hombres-lagarto parecía no importarles. De vez en cuando uno de ellos apartaba con un gesto de sus extremidades o tentáculos las moscas farnoth, o aplastaba un reptante sificligh o akman, o una estirada hierba efjeh con los discos de succión de sus patas traseras. Devolviendo la mirada de aquellos grotescos e inesperados intrusos, y preguntándome inquieto por qué no me atacaban inmediatamente, perdí por el momento todo deseo y hasta la energía física necesaria para continuar mi búsqueda de una salida. En lugar de ello, me apoyé contra la pared invisible del pasadizo en que me encontraba, dejando que mi asombro se transformase gradualmente en una cadena de locas especulaciones. Un centenar de misterios que previamente me habían inquietado parecían, de repente, tomar un nuevo y siniestro significado, y temblé con un miedo agudo, distinto a cualquier otro que hubiera experimentado antes.

Creía saber por qué aquellos seres repulsivos estaban agolpándose expectantes a mi alrededor. Creía también haber descubierto al fin el secreto de la estructura transparente. El tentador cristal que habla encontrado, el cuerpo del hombre que lo había hallado antes que yo... todas esas cosas comenzaron a adquirir un significado tétrico y amenazador. No habla sido una vulgar racha de mala fortuna lo que me había hecho perderme en aquella maraña de corredores transparentes y sin techo. Ni mucho menos. Sin duda alguna, aquel lugar era algo deliberado: un laberinto construido a propósito por aquellos seres infernales cuyas habilidades y mentalidad había infravalorado. Pero, ¿no debería haberlo sospechado antes, conociendo su raro talento arquitectónico? Su propósito estaba bien claro. Era una trampa; una trampa dispuesta para cazar seres humanos, y con el cristal esferoide como cebo. Aquellos seres reptiloides, en su guerra con los ladrones de cristales, habían decidido usar la estrategia, y estaban utilizando nuestra propia codicia contra nosotros mismos. Dwight, si es que aquel cuerpo putrefacto era Dwight, había sido víctima del laberinto. Debía de haber quedado atrapado hacía algún tiempo, y no había logrado hallar la salida. Sin duda la falta de agua lo había enloquecido, y quizá se había quedado también sin cubos de clorato. Probablemente su máscara no se le había perdido accidentalmente; era más probable que se hubiera suicidado. En lugar de enfrentarse con una muerte lenta, había acabado con sus problemas quitándose deliberadamente la máscara y dejando que la atmósfera letal acabase con él en seguida. La horrible ironía de su destino estaba en su situación... a solo unos pasos de la salida salvadora que no había logrado hallar. Un minuto más de búsqueda, y habría estado a salvo. Y ahora yo estaba tan atrapado como él. Atrapado y con aquella manada de curiosos riéndose de mi desgracia. La idea era enloquecedora, y, cuando la tuve se apoderó de mi una repentina oleada de pánico que me hizo echar a correr sin rumlx, por los invisibles corredores. Durante varios minutos fui un demente: tropezando, cayéndome, hiriéndome contra las paredes invisibles, y finalmente desplomándome en el barro como un montón de carne estremecida, dolorida, sangrante y sin consciencia.

La caída me calmó un poco, así que cuando lentamente me puse en pie, pude fijarme en las cosas y razonar. El círculo de mirones estaba agitando sus tentáculos en una forma extraña y regular, que me sugería una burla por su parte, así que les enseñé el puño con ira cuando me puse en pie. Mi gesto pareció incrementar su diversión; y algunos de ellos lo imitaron burdamente con sus verdosas extremidades anteriores. Algo avergonzado, traté de recapacitar y considerar la situación. Después de todo, no estaba tan mal como Dwight. A diferencia de él, sabía cuál era la situación, y hombre prevenido vale por dos. Tenía pruebas de que se podía llegar a una salida, y no repetiría su trágico acto de desesperación. El cadáver... o el esqueleto, que es lo que pronto sería, seguía sirviéndome de guía para hallar la abertura, y una paciencia decidida no dejaría de llevarme hasta ella si trabajaba lo bastante, con inteligencia. Sin embargo, tenía la desventaja de estar rodeado por aquellos demonios reptiloides. Ahora que me daba cuenta de la naturaleza de la trampa, cuyo material invisible indicaba unos conocimientos superiores a cualquier cosa conocida en la Tierra, ya no podía despreciar la mentalidad y recursos de mis enemigos. Aún con mi pistola lanzallamas pasaría un mal rato para alejarme de allí... aunque la audacia y la rapidez me servirían, sin lugar a dudas, para salir del aprieto.

Pero primero tenía que llegar al exterior... a menos que pudiera atraer o provocar a alguno de aquellos seres, para que avanzase hacia mí. Mientras preparaba mi pistola para cualquier posible acción y comprobaba mi abundante suministro de munición, se me ocurrió que podía probar el efecto de la misma sobre las paredes invisibles. ¿Habría estado pasando por alto un método de escape factible? No tenía ni idea de la composición química de la barrera transparente, y tal vez se tratase de algo que una lengua de fuego pudiera cortar sin problemas. Eligiendo una sección que daba hacia el cadáver, descargué cuidadosamente la pistola a bocajarro y tanteé con mi cuchillo allá donde había dado la descarga. Nada había cambiado. Había visto cómo la llama se extendía al tocar la superficie, y me daba cuenta de que mi esperanza había sido vana. Solo una larga y tediosa búsqueda de la salida lograría llevarme al exterior. Así que, tragándome otra tableta alimenticia y colocando otro cubo en el electrolizador de mi máscara, reinicié la larga búsqueda, volviendo sobre mis pasos hacia la cámara central e intentándolo de nuevo. Constantemente consultaba mis notas y dibujos, y tomaba otros nuevos, equivocándome una y otra vez en los giros, pero siguiendo desesperadamente hasta que la luz de la tarde se hizo muy débil. Mientras insistía en mi exploración, miraba de vez en cuando al silencioso círculo de espectadores burlones, y noté un gradual cambio en su composición. De vez en cuando algunos volvían al bosque, mientras que otros llegaban a tomar sus lugares. Cuanto más pensaba en sus tácticas menos me gustaban, pues me daban una idea de los posibles motivos de aquellos seres. En cualquier momento aquellos diablos hubieran podido avanzar y luchar conmigo, pero parecían preferir contemplar mis intentos por escapar. No me cabía más posibilidad que considerar que estaban divirtiéndose con el espectáculo, y esto me hizo temer con mayor fuerza la idea de caer en sus manos. Con la llegada de la oscuridad cesé mi búsqueda, y me senté en el barro para descansar. Ahora estoy escribiendo a la luz de mi lámpara, y pronto intentaré dormir un poco. Espero que mañana lograré salir; pues mi cantimplora está vaciándose, y las tabletas de lacol son un mal sustituto para el agua. Y no me atrevo a intentar sorber la humedad de este barro, pues el agua de los barrizales de esta región es tan solo potable cuando ha sido destilada. Por eso tenemos esas largas conducciones de agua hasta las zonas de arcilla amarilla, y dependemos del agua de lluvia cuando esos diablos sabotean nuestras tuberías. Además, tampoco tengo demasiados cubos de clorato, y debo intentar disminuir mi consumo de oxígeno tanto como pueda. Mi tentativa de abrir un túnel a primera hora de la tarde, y mi loca carrera de después, consumieron una peligrosa cantidad de aire. Mañana reduciré mis esfuerzos físicos al mínimo posible hasta que me halle frente a los reptiles y tenga que luchar con ellos. Necesito una buena cantidad de cubos para el viaje de regreso a Terra Nova. Mis enemigos siguen ahí; puedo ver un círculo de sus poco luminosas antorchas fosforescentes a mi alrededor. Esas luces me producen una sensación de horror que tiende a mantenerme despierto.

VI, 14 POR LA NOCHE
¡Otro día completo de búsqueda y aún no he hallado mi camino al exterior! Comienza a preocuparme el problema del agua, pues acabé con el contenido de mi cantimplora al mediodía. Durante la tarde hubo un aguacero y regresé a la cámara central a buscar el casco que había dejado como señal, para usarlo como recipiente y conseguir un par de vasos de agua. Me bebí la mayor parte de la misma, pero he puesto el poco que quedó en la cantimplora. Las tabletas de lacol sirven bien poco contra la verdadera sed, y espero que vuelva a llover durante la noche. He dejado el casco boca arriba para que recoja el agua que caiga. Y tampoco tengo demasiadas tabletas alimenticias, aunque eso aún no sea un peligro. De todas maneras, de ahora en adelante me pondré a media ración. Lo que realmente me preocupa son los cubos de clorato, pues aún sin ejercicios violentos, el continuo caminar de todo un día consume un número peligroso de los mismos. Me siento débil por mi forzada economía de oxígeno, y por mi sed, que va en constante aumento. Cuando reduzca la comida supongo que aún me sentiré más débil.

Hay algo maldito, algo extraño, en este laberinto. Podría jurar que había eliminado ciertos giros con mis dibujos, y sin embargo cada nuevo intento va en contra de algún supuesto que creía comprobado. Nunca antes me había dado cuenta de lo perdidos que estamos sin referencias visuales. Un hombre ciego quizá lo hiciese mejor que yo... pero para la mayoría de nosotros la vista es el principal de nuestros sentidos. El efecto de todos esos recorridos inútiles es causarme un profundo desaliento. Puedo comprender cómo debió de sentirse el pobre Dwight. Su cadáver es ahora tan solo un esqueleto, y los sificlighs y moscas farnoth ya han desaparecido. Las hierbas efjen están haciendo pedazos el uniforme de cuero, pues eran más largas y crecen más rápido de lo que me imaginaba. Y durante todo el tiempo, esos espectadores cambiantes permanecen agitando sus tentáculos alrededor de la barrera, riéndose de mí y disfrutando de mi desgracia. Un día más y enloqueceré, si es que no me desplomo muerto de agotamiento. Mas no me queda Otra solución que perseverar. Dwight habría salido si hubiera seguido caminando un minuto más. Y es posible que alguien de Terra Nova venga a buscarme antes de que pase mucho más tiempo, aunque éste sea solamente mi tercer día de ausencia. Me duelen horriblemente los músculos, y no parezco descansar en absoluto cuando me acuesto en este repugnante barro. La pasada noche, a pesar de mi terrible fatiga, dormí sobresaltado, y esta noche temo que no lo haga mejor. Vivo en una continua pesadilla: pasando del sueño a la vigilia, y sin embargo sin estar verdaderamente despierto o dormido. Me tiembla la mano, ya no puedo seguir escribiendo. Ese círculo de tenues antorchas fosforecentes es repugnante.

VI, 15 A ULTIMA HORA DE LA TARDE
¡Adelanto considerablemente! Las cosas tienen buen aspecto. Estoy muy agotado y no dormí mucho antes de que saliera el sol. Entonces, dormité hasta el mediodía, aunque sin lograr descansar totalmente. No ha llovido, y la sed me debilita mucho. Comí una tableta alimenticia extra para mantenerme en marcha, pero sin agua no me ha servido demasiado. Me atreví a intentar beber algo del agua del barro en una ocasión, pero me produjo violentos vómitos y aún me dejó más sediento que antes. Debo conservar los cubos de clorato, así que casi me estoy sofocando por la falta de oxígeno. No puedo caminar la mayor parte de tiempo, pero consigo arrastrarme por el barro. Hacia las dos de la tarde creí reconocer algunos de los pasadizos, y me acerqué mucho al cadáver, o esqueleto, de lo que habla hecho en mis intentos del primer día. En una ocasión llegué a un callejón sin salida, pero volví al camino principal con ayuda de mi mapa y notas. El problema de más anotaciones es que hay demasiadas. Deben llenar un metro del papiro, y debo detenerme durante largos ratos para descifrarlas. No consigo concentrarme a causa de la sed, la sofocación y el agotamiento, y no logro comprender lo que he escrito. Esos malditos seres verdes siguen mirándome y riéndose con sus tentáculos, y a veces gesticulan de una forma que me hace creer que se están contando alguna terrible broma que no logro comprender. Fue hacia las tres de la tarde cuando realmente hallé una buena pista. Había un portal que, según mis notas, no había atravesado antes; y cuando lo hice vi que pedía arrastrarme dando un rodeo hacia el esqueleto envuelto por las hierbas. El camino era una especie de espiral, muy similar a aquella por la que había llegado inicialmente a la cámara central. Cuando llegaba a una puerta lateral o a una intersección, seguía el camino que más parecía repetir el recorrido original. Mientras me acercaba, en círculos, más y más a mi repugnante punto de referencia, los espectadores del exterior intensificaban sus crípticas gesticulaciones y su irónica risa silenciosa. Evidentemente veían algo macabramente divertido en mi avance... dándose cuenta, sin lugar a dudas, de lo inerme que estaré en cualquier lucha con ellos. Dejé que se rieran; pues aunque me daba cuenta de mi tremenda debilidad, contaba con la pistola lanzallamas y con sus numerosos cargadores extra para abrirme paso entre la vil falange de reptiles.

Ahora mi esperanza estaba en alza, pero no intenté ponerme en pie. Era mejor seguir reptando, y guardar mis fuerzas para el cercano encuentro con los hombres-lagarto. Mi avance era muy lento, y el peligro de perderme en algún camino sin salida muy grande, pero, de todas formas, parecía ir siguiendo una curva que decididamente me llevaba hacia mi meta ósea. La perspectiva me daba nuevas fuerzas, y durante un tiempo dejé de preocuparme del dolor, la sed, y mi escasa cantidad de cubos. Las criaturas se estaban agrupando todas alrededor de la entrada: haciendo gestos, saltando y riendo con sus tentáculos. Pronto, reflexioné, debería enfrentarme con aquella horda... y quizá con los refuerzos que recibiesen del bosque. Estoy ya tan solo a unos metros del esqueleto, y me detengo a tomar estas notas antes de salir y atravesar esa molesta banda de seres. Confío en que con mis últimas energías podré ponerlos en fuga a pesar de su número, pues el radio de acción de esta pistola es tremendo. Entonces acamparé en el musgo seco del borde de la meseta, y por la mañana viajaré cansadamente por la jungla hacia Terra Nova. Me alegrará volver a ver de nuevo hombres vivos y los edificios de la raza humana. Los dientes de esa calavera brillan y sonríen de una forma horrible.

VI, 15 YA CASI DE NOCHE.
¡Horror y desesperación, me equivoqué de nuevo! Tras tomar las anteriores notas me aproximé aún más al esqueleto, pero repentinamente encontré una pared que se interponía. De nuevo había sido engañado, y aparentemente volvía a estar en la misma situación que tres días antes, durante mi primer fútil intento de salir del laberinto. No sé si grité o no... quizá estuviera demasiado débil para producir un solo sonido. Simplemente, me quedé anonadado en el barro durante un largo período, mientras las cosas verdosas del exterior saltaban y reían y gesticulaban. Al cabo de un tiempo recuperé totalmente el conocimiento... Mi sed, debilidad y sofocación estaban acabando conmigo rápidamente, y con mis últimas fuerzas coloqué un nuevo cubo en el electroliza...... sin pensarlo, y sin considerar mis necesidades para el viaje de vuelta a Terra Nova. El oxígeno así obtenido me revivió ligeramente, y me permitió contemplar los alrededores con más atención. Parecía como si estuviera un poco más lejos del pobre Dwight de lo que me había hallado en mi primer desengaño, y me pregunté embotadamente si podría hallarme en otro corredor algo más remoto. Con esta débil esperanza me arrastré laboriosamente hacia adelante, pero al cabo de algunos metros encontré una pared como en la anterior ocasión. Así que aquello era el fin. Tres días no me habían llevado a ninguna parte y mis fuerzas han desaparecido. Pronto enloqueceré de sed, y ya no tengo bastantes cubos como para regresar. Me pregunté débilmente por qué aquellos seres de pesadilla se habían agrupado de tal forma junto a la entrada, para burlarse de mi. Probablemente era parte de su trampa: el hacerme creer que estaba aproximándome a una salida que sabían que no existía. Sé que no duraré mucho, aunque estoy resuelto a no acelerar mi fin como hizo Dwight. Su cráneo sonriente está vuelto hacia mí, movido por los tanteos de una de las hierbas efjeh que están devorando su traje de cuero. La fantasmal mirada de esas cuencas vacías es peor que la de esos horrores reptiloides. Da un ominoso significado a esa sonrisa muerta. Me quedaré muy quieto sobre el barro para recuperar mis fuerzas en lo posible. Estas notas, que espero lleguen a poder de los que vengan tras de mí, y les sirvan de aviso, estarán pronto terminadas. Cuando acabe de escribir, descansaré un largo rato. Entonces, cuando sea demasiado oscuro y esos seres no puedan verme, utilizaré mis últimas reservas de energía para intentar lanzar el papiro sobre la pared y el corredor que me separa de ella hacia la llanura exterior Tendré buen cuidado de apuntar hacia la izquierda, donde no caiga entre el grupo de burlones espectadores. Quizá se pierda para siempre entre el barro... pero quizá caiga en algún matorral y llegue al fin a manos humanas.

Si al final es leído, espero que sirva para algo más que para simplemente advertir a otros hombres de esta trampa. Espero que sirva para enseñarle a nuestra raza que debe dejar esos brillantes cristales donde están. Pertenecen a Venus. Nuestro planeta realmente no los necesita, y creo que hemos violado alguna ley oscura y misteriosa, alguna ley profundamente oculta en los arcanos del cosmos, en nuestras tentativas de apoderarnos de ellos. ¿Quién puede decir qué oscuras, potentes y extensas fuerzas empujan a esos seres reptilescos que guardan su tesoro en forma tan extraña? Dwight y yo ya hemos pagado nuestra culpa, como otros lo han hecho antes y otros los harán después. Aunque quizá esas pocas muertes sean únicamente un preludio de unos horrores más grandes que aún están por venir. Dejemos a Venus lo que es de Venus. Ya estoy muy próximo a la muerte, y temo no ser capaz de poder lanzar el papiro cuando llegue la noche. Si no puedo hacerlo> supongo que los hombres-lagarto se apoderarán de él, pues probablemente se dan cuenta de lo que es. No querrán que nadie tenga un previo aviso acerca del laberinto... y no sabrán que mi mensaje contiene una suplica a su favor. A medida que se aproxima mi fin me siento más predispuesto a favor de esos seres. ¿Quién puede decir, en la escala de las entidades cósmicas, qué especie se encuentra más alta, o se aproximan más a la norma orgánica de los espacios... si la suya o la mía?

Acabo de sacar el gran cristal de mi bolsa para mirarlo durante mis últimos instantes. Brilla fiera y amenazadoramente a los rojizos rayos de la puesta del sol. La horda se ha dado cuenta de ello y sus gestos han cambiado en una forma que no pued6 comprender. Me pregunto por qué permanecerán agrupados alrededor de la entrada en lugar de concentrarse en un punto más cercano de la pared transparente. Estoy perdiendo el sentido y ya no puedo escribir mucho más. Las cosas giran a mi alrededor, y no obstante, no acabo de perder el conocimiento. ¿Podré lanzar el papiro sobre la pared? El cristal brilla mucho, y eso que cada vez oscurece más. Oscuro. Muy débil. Siguen riendo y saltando alrededor de la puerta, y han encendido esas infernales antorchas fosforescentes. ¿ Se están yendo? Creí oír un sonido una luz en el cielo...

INFORME DE WESTLEY P. MILLER, DIRECTOR DEL GRUPO A COMPAÑIA CRISTAL DE VENUS (TERRA NOVA EN VENUS - VI, 16)
Nuestro empleado A49, Kenton 1. Stanfield, domiciliado en 5317 Marshall Street, Richmond, Estados Unidos, salió de Terra Nova a primera hora del VI, 12, para un corto viaje guiado por un detector. Debiendo regresar el 13 o el 14, no había aparecido a la tarde del 15, por lo que el avión de observación FR-58 con cinco hombres a mi mando partió a las ocho de la tarde para seguir su ruta con el detector. La aguja no señalaba ningún cambio respecto a lecturas anteriores. Seguimos la aguja hasta la Meseta Eryciniana, manteniendo en funcionamiento durante todo el camino nuestros potentes reflectores. Nuestros lanzallamas de triple potencia y cilindros de radiación D hubieran podido dispersar cualquier fuerza ordinaria de nativos hostiles, o cualquier manada peligrosa de skorahs carnívoros. Cuando estuvimos en la llanura abierta de Eriyx vimos un grupo de luces en movimiento que sabíamos que eran antorchas fosforescentes nativas. Al aproximarnos, se dispersaron por el bosque. Probablemente eran de setenta y cinco a cien. El detector indicaba que había un cristal en el punto del que provenían. Planeando a baja altura sobre aquel punto, nuestras luces descubrieron objetos en el suelo. Un esqueleto cubierto por hierbas efjeh, y un cuerpo a unos tres metros del mismo. M hacer descender el avión cerca de los cuerpos, la punta del ala chocó contra un obstáculo invisible.

Acercándonos a los cuerpos a pie, nos topamos con una lisa barrera invisible que nos asombró tremendamente. Tanteando cerca del esqueleto hallamos una abertura, tras la cual habla un espacio con otro orificio que daba al esqueleto. Este, aunque había sido despojado de su ropa por las hierbas, tenía junto a él uno de los cascos numerados de la Compañía, Era el empleado B-9, Frederick N. Dwight, del grupo Koenig, que había partido hacía dos meses de Terra Nova en un viaje largo. Entre este esqueleto y el cadáver aún indemne parecía haber otra pared, pero pudimos identificar fácilmente al segundo hombre como Stanfield. Tenía un papiro de notas en su mano izquierda y una pluma en la derecha, y parecía haber estado escribiendo cuando murió. No se vela ningún cristal, pero el detector indicaba la existencia de un enorme espécimen cerca del cadáver de Stanfield. Tuvimos grandes dificultades para llegar hasta éste, pero finalmente lo logramos. El cadáver estaba aún caliente, y junto a él se hallaba un gran cristal, cubierto por el poco profundo barro. Inmediatamente estudiamos su papiro y nos preparamos a dar ciertos pasos siguiendo los datos contenidos en él. Las anotaciones del papiro forman la larga narración que precede a este informe; una narración que hemos verificado en sus puntos esenciales, y que adjuntamos como explicación de lo que hallamos. Las partes finales del relato muestran el deterioro de su mente, pero no hay razón para dudar de su parte principal. Stanfield obviamente falleció por una combinación de su sed, sofocación, tensión cardíaca y depresión psicológica. Tenía colocada la máscara y esta estaba generando oxígeno normalmente, a pesar de su escasa reserva de cubos.

Teniendo dañado nuestro aparato, enviamos un mensaje por radio reclamando la presencia de Anderson con el avión de reparaciones FG-7, con un equipo de demoliciones y material para las mismas. Hacia la mañana el FR-58 ya había sido reparado, y regresó al mando de Anderson llevando los dos cadáveres y el cristal. Enterraremos a Dwight y Stanfield en el cementerio de la Compañía, y enviaremos el cristal a Chicago en el siguiente navío que se dirija a la Tierra. Luego, adoptaremos la sugerencia de Stanfield... la más cuerda contenida al principio del informe, cuando aún estaba sano, y traeremos las suficientes tropas como para acabar con los nativos. Con el campo libre, no habrá límites en la cantidad de cristales que podamos obtener. Por la tarde estudiamos con mucho cuidado el edificio o trampa invisible, explorándolo con la ayuda de largas cuerdas de guía, y preparando un mapa completo para nuestros archivos. Nos sentimos muy impresionados por el diseño, y conservamos especímenes de la sustancia para someterlos a análisis químicos. Estos conocimientos nos serán útiles cuando invadamos las ciudades nativas. Nuestras brocas de diamante tipo C lograron perforar el material, y el equipo de demoliciones está ahora dinamitando el edificio para volarlo hasta los cimientos. No quedará nada cuando hayan acabado. Este edificio es una verdadera amenaza para el tráfico aéreo y de otros tipos.

Al contemplar el plan del laberinto uno se siente impresionado no solo por la ironía del fin de Dwight, sino también por el de Stanfield. Cuando intentamos llegar hasta el segundo cadáver desde el esqueleto, no pudimos hallar acceso hacia la derecha, pero Marheim encontró una puerta desde el primer espacio interior a unos cuatro metros y medio más allá de Dwight y a un metro y medio de Stanfield. Tras ella había un largo corredor que no exploramos hasta más tarde, pero en su lado derecho había otra puerta que llevaba directamente al cadáver. Stanfield podría haber alcanzado la salida exterior caminando unos seis o siete metros si hubiera hallado la abertura que estaba directamente tras él... una abertura de la que no se dio cuenta a causa de su cansancio y desesperación.

H.P. Lovecraft (1890-1937)